16.7.14

Hell's Gate - 4. Arsenal

Heeey nuevo capítulo c: ¡Espero que os guste mucho! Cada vez son más largos, creo yo lol.


4. Arsenal

Aya suspiró ruidosamente, intentando eliminar sin éxito los nervios que hacían que su corazón latiera a toda prisa. Kyun-san estaba dormido en su regazo desde hacía varias horas. Miraba a todos lados, confundida y sin poder estar quieta. Pero nadie parecía hacerle caso, preguntar qué tal estaba o explicarle qué problema había con ella. Porque ella ya sabía que aquel no era su lugar, que debería estar muerta y que si un cazador de demonios como Kyle la había salvado de las garras del poderoso Malthus había sido por pura casualidad. Pero ni siquiera sabía el por qué lo había hecho.
“Los cazadores de demonios matan demonios”, pensó entre miedosa y molesta chasqueando la lengua. Era tan obvio como difuso para ella, que había desafiado toda regla. Y era por ese pensamiento que tenía ganas de acabar con todo y saltar por la ventanilla del Mercedes Benz CLS gris en el que Klaus les llevaba hacia dónde vivía con Kyle, en el pueblo costero inglés de Kingsand. El atractivo castaño de gafas había resultado ser poco receptivo a la presencia de la demonio, con la cual se había comportado fríamente desde el principio. Si se pensaba bien, era normal; él también sería un cazador, o participaría en el negocio de Kyle, y por lo tanto no sería precisamente un fan de su nueva raza.
“Nueva raza. Suena tan estúpido...”, pensó de nuevo. Hacía una escasa semana ella era una humana normal, y ahora tenía pelo azul, ojos amarillos y unas graciosas orejas puntiagudas. Aún no sabía ni como comportarse, pero poco a poco se iba acostumbrando a la situación. O eso quería pensar con su gran ego y su gran inseguridad. Por lo menos, ya sabía algo más de aquellos dos: Vivían en una casa victoriana casi en la costa, y teniendo en cuenta el cochazo que tenían parecía que el dinero no les faltaba. Y aquello le fastidiaba a Aya, de clase media y sin grandes pretensiones. “Qué mal repartido está el mundo”, pensaba.
Observó a los dos hombres delante suyo: Klaus conducía en el asiento derecho mientras que Kyle ocupaba el del copiloto. Ella estaba sentada en la parte trasera, justo detrás del cazademonios de los ojos grises casi fosforescentes. Suspiró, entre preocupada y aburrida, y miró por la ventanilla del caro vehículo. El paisaje inglés sin duda era hermoso, lleno de preciosos verdes que se mantenían aún así en el verano en el que se encontraban. Japón también era verde, pero Inglaterra tenía otro tono; era más brillante, pero a la vez más triste. Pero también tenía que ver con el cielo gris que se levantaba sobre sus cabezas, anunciando una tormenta que el trío no tardó en encontrarse de camino.


Era mediodía y había parado de llover cuando llegaron a la gran casa de Kyle y Klaus. Tras viajar por los empinados asfaltos del pueblo, muy rústico, y viajando aún veinte minutos separándose de la villa, se pararon en frente de la vivienda, vallada por completo con altas verjas de hierro. Justo en frente de esta había una fuente de piedra sin agua, en cuyo centro había construído una estatua de un ángel esculpido, notablemente deteriorado por el paso del tiempo. Pero lo más impresionante era probablemente la casi mansión. A través de la ventana del coche, Aya observó sorprendida el complejo, sin saber qué le impresionaba más de todo. Miró la amplitud del terreno, después la tétrica fuente y por fin la gran residencia.
El erizo se terminó de despertar finalmente, desperezándose haciendo un curioso ruido agudo que no sacó de su ensimismamiento a la chica de pelo azul, para mirarla con confusión y subirse a su cabeza. Los chicos bajaron del coche y Klaus, aún serio y poco receptivo, abrió la puerta de Aya sin casi mirarla a la cara, yéndose hacia la casa y dejando que esta saliese y la cerrase por sí misma, para después sacudirse su falda de tablas y su blusa. Pero estaba tan sorprendida que ni siquiera le molestó cómo el castaño la trataba. Simplemente se paró en frente de la casa, dando un par de pasos. Con la boca abierta pudo darse cuenta de la cantidad de dinero que debían tener, haciendo que se sintiera una mera pueblerina entre príncipes. Y se seguía preguntando qué narices hacía ahí. Estaba nerviosa por tanta naturaleza y plenitud, se sentía incómoda en ese lugar extraño.

La casa de un estilo totalmente victoriano tenía tres pisos. Las tablas de las paredes exteriores eran marrones y los techos negros, tenía una amplia entrada al aire libre, pero techada, y se podían distinguir claramente los enormes ventanales tan propios de ese tipo de construcciones.
Kyle se acercó a ella, mirándola desconcertado al no verla casi reaccionar ni mostrar ninguna emoción, parándose justo al lado.
-¿Hay algún problema?- Preguntó, mirando a la mansión y a la chica de pelo azul, intentando adivinar qué se le pasaba por la cabeza. Ella negó con la cabeza, frunció el ceño y lo miró.
-Sólo que...- Empezó a decir confusa.- No es por nada, pero, ¿sois de la realeza o algo así? Porque esto no es normal.- Soltó sin más, asustada por su poder y dinero, retrocediendo un paso. Debían ser de la realeza o muy importantes para disponer de aquellas instalaciones, estaba ahora más que convencida. Kyle arqueó una ceja y volvió a mirar la casa.
-No lo capto.- Dijo serio, Aya se tranquilizó al recordar cómo era Kyle, puso los ojos en blanco y suspiró. Aquel chico era definitivamente muy particular.-... Cállate.- Le ordenó el moreno, dándole su maleta que acababa de coger del maletero, quedándose él únicamente con la suya y con aquella funda de viola tan misteriosa. Aya frunció el ceño, molesta.
-¡Pero si no he dicho nada!- Refunfuñó la de los ojos amarillos y se adelantó un par de pasos. Klaus estaba abriendo la puerta. Y Kyle siguió detrás de ella, mientras susurraba un “¿Qué problema tiene esta chica?”.


Aya contuvo la respiración al entrar dentro y el erizo bajó de su cabeza al hombro de la chica, en el cual se acurrucó.. Si el exterior era impresionante, el interior era increíble. Todo estaba decorado como si se tratara de un palacio del siglo XIX, lo cual le daba aún más miedo. Quizás era una mafia y se había metido en líos realmente grandes. Tragó saliva. Caminó por el hall de la casa, decorado en madera y con una escalera que subía al piso de arriba al fondo a la derecha. Todas las paredes tenían motivos victorianos en tonos amarillos claros. Era más luminosa y clara por dentro que por fuera, lo que daba una sensación de comodidad. Y, a su izquierda y tras un gran arco, se encontraba el salón profusamente decorado, con grandes ventanales que hacían la estancia luminosa. “Al menos tienen televisión”, pensó Aya. En efecto, en frente de un par de sillones y un extenso sofá, había una gran televisión de plasma. Le sorprendió que al fondo del salón había una puerta de cristal que llevaba a un jardín.
Y a la derecha, justo antes de la escalera, había una puerta de vidrio transparente, a través de la cual pudo distinguir la cocina.
“Me pregunto si sus utensilios son también victorianos y pijos”, pensó arqueando una ceja, intentando no reírse. Miró a los dos chicos, los cuales colgaban sus chaquetas en el perchero que había junto a la puerta. En un segundo golpe de vista pudo ver que había una puerta de madera debajo de las escaleras. Y aquello encendió la curiosidad de Aya.
“¿Qué tendrán, un arsenal lleno de armas?”, rió entre dientes. Pero aunque su necesidad de ser sarcástica la llevara a comentar eso, en realidad le daba miedo que fuese así.
-Dame si quieres tu chaqueta- Oyó decir a sus espaldas, lo que la sacó de su mundo de observación agitando la cabeza. Se giró y miró a quien le había hablado. Era Klaus, el cual parecía ligeramente más relajado. Había dejado de mirarla con desprecio pero se notaba su desconfianza hacia la muchacha. Le imponía su presencia, parecía un gran líder. Y que le sacara más de una cabeza, al igual que Kyle, no le ayudaba.. Klaus le extendía su mano para que le diera su chaqueta vaquera. Aya aguantó la respiración.
-S-Sí...- Susurró la demonio, quitándose el chaquetón mientras el erizo volvía a moverse a su cabeza y entregándosela con cuidado, para que después éste la dejara en el mismo perchero. Y una vez dejó de mirarla, ella suspiró aliviada. Cada vez que aquel chico le dedicaba una mirada o unas palabras sentía que la mataría de un momento a otro. Juntó sus manos en el pecho, insegura.
-Aya.- La llamó Kyle, que se encontraba a medio metro de ellos.- Klaus y yo vamos a tener unas palabras en el piso de arriba, espera en el salón hasta que bajemos.- Le ordenó autoritariamente. Intercambió un par de miradas con Klaus, el cual le dedicó un gesto frío.- … Por favor.- Terminó de decir. Aquellos dos parecían como hermanos, parecía que el castaño controlaba mucho al cazador de demonios. Aunque no compartían apellidos. Klaus Denzel y Kyle Hunter eran tipos extraños que no le gustaban ni un pelo a la chica de pelo azul.
Aya se cruzó de brazos y asintió sin decir una palabra más, caminando apresuradamente hacia dónde le habían dicho, mientras los dos muchachos subían. Estaba huyendo claramente de la agobiante presencia de los dos imponentes muchachos.
Miró a todos lados, sin saber si estaba bien sentarse como en su casa, y divisó el sofá, ladeando la cabeza, indecisa.
-¿Qué debería hacer, Kyun-san?- Le preguntó a su pequeño amigo, que reposaba desde hacía rato en su cabeza. El erizo hizo uno de los agudos sonidos con los que se comunicaba. Aya suspiró y lo cogió, teniéndolo entre sus manos y casi lanzándose al sofá al mismo tiempo. Era cómodo, así que la chica de pelo azul no tardó en acomodarse como si realmente fuera su casa, depositando al animal en su regazo. Este se hizo una pequeña bola, mientras miraba a su ama.
-¿Crees que he hecho bien?- Preguntó la chica, clavando su mirada en la televisión apagada que tenía en frente suyo. Encima de esta había un gran cuadro, en el cual se mostraba a una hermosa mujer rubia, con una dulce sonrisa. “Qué hermosa”, pensó la muchacha, “y yo tengo el pelo azul y los ojos amarillo nuclear... Parezco un puñetero personaje de Pitchi Pitchi Pitch”
-¡Kyuu, kyuu!- Chilló el animal, devolviendo a Aya a la tierra. La muchacha sonrió, por primera vez en mucho tiempo. Estaba enternecida por su amigo, que siempre la cuidaba y ayudaba a no volverse loca desde que había empezado a quedarse confinada en su casa, aunque la había cuidado desde que ella tenía cinco años. Pero no quiso recordar sus inicios como hikikomori, así que lo olvidó rápidamente.
-¿Eso es que sí?- Volvió a preguntar mirando a Kyun-san, retirándose uno de sus ondulados y rebeldes mechones detrás de la oreja.
-¡Kyuu!- Y el pequeño erizo deshizo su forma de bola, mirándola. Ella acarició sus púas, ocultando sus ojos con su espeso flequillo recto. Definitivamente, él era en el único que podía confiar en ese momento. El único que la comprendía.
-...Gracias, Kyun-san.- Susurró entrecerrando los ojos.

__

El tiempo pasó lentamente, lo que agobiaba a la muchacha. De vez en cuando Aya miraba al reloj de madera que había a su derecha. Al final, dejó al erizo encima del sofá y se paseó por la habitación, curioseando la mesa con sillas de madera oscura justo detrás de los sillones, las estanterías llenas de libros, incluso el piano de cola negro que había marginado en un rincón, y el tocador que había al lado del arco, con su espejo. Miró al jardín exterior a través de las cristaleras, pero poco a poco notó como el hambre la atacaba. No por nada eran por lo menos las tres de la tarde, y Aya amaba comer como si fuese lo único que pudiese hacer en su vida.
-Pero que están haciendo, ¿una reunión o una sesión de sexo gay?- Dijo en voz alta sin pensarlo, molesta, tapándose inmediatamente la boca con vergüenza. Y sonrojándose al imaginárselo.
“¿Pero en qué narices pienso?”, se dijo a sí misma, intentando calmar sus hormonas de adolescente amante de los mangas de temática yaoi. Suspiró para terminar de alejarse de esa imagen, sintiéndose ridícula, y entonces recordó algo: la puerta de debajo de la escalera. Entonces se le ocurrió una idea loca que le atraía como las abejas a la miel, que la incitaba a hacer cosas que no debía. Pero, si lo pensaba, llevaba haciendo cosas que no debía casi una semana, así que, ¿qué más daba un poco más? Se asomó al arco, comprobando que no había nadie, y se giró hacia Kyun-san, que reposaba ahora en el brazo del sofá.
-Quédate aquí, voy a comprobar algo.- Le susurró, mientras el erizo inclinaba su cabeza. Dio un par de grandes pasos hacia su objetivo, con la más completa discreción. Las razones por las que se iba a arriesgar a investigar eran varias: quería curiosear, ya que en teoría se iba a quedar allí un tiempo, y quería saber si realmente había algo raro. Después de todo, se encontraba con gente que mataba a personas, o seres, como ella. Era demasiado curiosa, sí, pero no podía evitarlo. Quería saber de ellos y tenía la sensación de que aquella era la mejor forma, de que en ese sótano o lo que fuese había algo grave. El sexto sentido demoníaco, supuso.
Y por fin se colocó en frente de la puerta, suspirando. Rezó para que estuviese abierta, para darse cuenta de lo curioso que era que un demonio rezara. Y tomó el pomo dorado con sus dos manos y lo giró, mientras pensaba repetidamente “Ábrete, por favor”.
Nada. Cerrado a cal y canto.
Aya lo volvió a girar una y otra vez, poniéndose cada vez más nerviosa, sintiendo cada vez más que debía entrar, notando como se enfurecía y se frustraba, hasta que oyó un sonido contundente. Cerró los ojos por instinto, volviendo a rezar de nuevo para que no hubiese pasado nada y, cuando los abrió, se encontró con lo que pensaba que sería su sentencia de muerte. Tenía en su mano derecha el pomo... sin el resto de la puerta. Lo observó horrorizada: lo había arrancado de cuajo sin hacer el mínimo esfuerzo y sin darse si quiera cuenta.
“¿¡Pero qué es ésta fuerza!?”, gritó interiormente, retrocediendo aterrorizada. Antes de obedecer a sus instintos de cobarde y gritar e irse corriendo de allí antes de que la mataran, respiró un par de veces, dejando el pomo a un lado, en el suelo. Cerró los ojos de nuevo, pensando en qué hacer.
“Ya que me van a asesinar por destrozarles la puerta, que me asesinen por curiosearles el sótano”, pensó encogiéndose hombros. Con un suave empujón, la puerta se abrió así que, finalmente y poco a poco, bajó las escaleras que se encontraban a continuación. Estaba todo oscuro, pero Aya podía distinguir donde estaban los escalones. Era como si tuviese una visión nocturna o algo así, lo cual lo atribuyó de nuevo a su nueva condición, pero mientras bajaba lentamente y sin hacer ruido, tenía miedo de lo que pudiese hacer, de sus poderes como demonio. Podía arrancar un pomo de cuajo sin hacer casi esfuerzo, por lo que tenía una gran fuerza si no se controlaba. Y aquello era terrorífico.

Terminó de bajar, pero incluso su nueva visión no podía distinguir nada ahí abajo. Sólo veía sombras difusas, sin poder distinguir nada en concreto. Necesitaba luz. Y, palpando la pared, llegó hasta el interruptor, el cual presionó. Sus ojos, que se acababan de acostumbrar a la oscuridad, pudieron vislumbrar poco a poco lo que había en ese cuarto. Y la visión no pudo ser más terrorífica.
Aya se tapó la boca para no gritar, mientras notaba que sus ojos se salían de las órbitas: Era un cuarto casi cuadrado, de paredes metálicas, al igual que el suelo. Había muchas vitrinas con armas por todos lados, desde espadas hasta pistolas, pasando por rifles de asalto, bombas, dagas. Todo un arsenal que podría matar a un ejército entero. Y en frente de estas había cinco pantallas de ordenador encima de un escritorio., con una silla. Del aparato salían numerosos cables, conectados a unas torres detrás de éste.
“S-Son unos psicópatas. ¡S-Son unos psicópatas!”, pensó totalmente aterrada. Debía salir de allí definitivamente, no podía vivir sabiendo que tenían esos debajo de su casa. No podían. Nunca se había enfrentado a algo como eso, y notó que sus nervios y ansiedad inundaban todo su cuerpo, ahogándola, agobiándola. La iban a matar. Y caminando hacia atrás, aún con la boca tapada, notó que chocaba contra un cuerpo caliente, y que ese cuerpo caliente depositaba sus manos en los hombros de la chica. Y, entonces, no pudo evitar gritar por unas milésimas de segundo, hasta que una de las manos le tapó la boca, mientras Aya cerraba los ojos. Iba a morir. Definitivamente. Eran locos y asesinos. Pero era obvio, el mismo Kyle le había dicho que no podía mirar dentro de su funda de viola. Habría algo horrible allí también, quizás cabezas de demonio o cosas peores. Estaba asustada, y el susto hizo que de sus ojos empezaran a salir lágrimas.
-Tranquila, tranquila.- Dijo aquel cuerpo, con un tono suave, destapándole la boca y dándole la vuelta sobre si misma lentamente. Aya abrió los ojos lentamente mientras lloraba desconsolada. Era Klaus. La chica retrocedió un paso, nerviosa.
-¡P-Perdón, p-perdón! ¡N-No me matéis por favor!- Gritó, retrocediendo otro paso, temblando como un flan. Sin darse cuenta tropezó con un cable, que hizo que perdiera el equilibrio, pero Klaus reaccionó rápido, tirando de su mano y evitando que se cayera. Aterrizó en el pecho del chico de gran altura. La chica de pelo azul se sonrojó, separándose violentamente. Ya no estaba al borde de un ataque de ansiedad, pero no podía evitar temblar como un niño.
-Tranquilízate, Aya. No te voy a hacer nada, ni te voy a matar.- Volvió a decir el castaño, serio, pero transmitiendo tranquilidad, mirándola fijamente. Finalmente, al oír eso, la muchacha comenzó a tranquilizarse, mirando al chico de gafas. Y de sus ojos salían cada vez menos lágrimas.
-¿En serio?- Susurró insegura, con una voz quebrada. Klaus sonrió con dulzura, acercándose a ella, asintiendo y limpiando aquellas lágrimas con sus dedos.
-Tienes mi palabra.
Por alguna razón, el castaño parecía diferente. No sabía que había pasado allí arriba, pero era mucho más dulce, más agradable, la respetaba. Esa sensación de protección era nueva. Y no tenía ni idea de si era por Kyle, pero notaba que la trataba mejor.
-¿Entonces qué es todo esto?- Se aventuró a decir la muchacha, con sus brazos delante de su cuerpo, cada vez más sosegada. Klaus suspiró, acercándose al escritorio de los ordenadores y sacando de una esquina otra silla igual a la que había.
-Como sabrás, Kyle y yo cazamos demonios. Este es nuestro arsenal.- Le explicó con tranquilidad y calma. Después, se acercó a ella y le tendió su mano, la cual ella aceptó. La llevó a una de las sillas, en la cual se sentó, haciendo él lo propio en la otra.
-Él es el que hace la parte física. Sabe mucho sobre su naturaleza, así que sabe cómo matarlos. Yo hago la parte de aquí.- Le explicó, tocándose la sien con un dedo- Rastreo en la medida de lo posible, le doy información sobre el terreno y le proporciono armas. Digamos que yo soy el cerebro que le falta a ese despistado.- Siguió, riendo, haciendo que Aya riera también, tímidamente. Ese no era el Klaus que ella había conocido. En contraposición con la sequedad y la frialdad del principio, en realidad era dulce, tranquilo, apacible y agradable. Todo lo contrario a Kyle. Pero aunque todo pareciese bonito de primeras, Aya retiró la vista, ya que había aún algo que le preocupaba.
-Pero... yo soy un demonio. ¿Eso no me convierte en un objetivo?- Preguntó. Su corazón empezó a latir a toda prisa, temerosa por la respuesta.
-Sí. Pero no matamos a los iniciados. Únicamente vamos a por los demonios que presentan una amenaza. Tú no eres más que una chiquilla asustada e inofensiva. Y nos serás útil.- Siguió hablando el castaño, mirándola y ajustándose sus gafas negras con un gesto agradable. Ella arqueó una ceja.
-A ver, por partes. Aún no sé de qué va eso e los iniciados. Y, ¿qué es eso de ser útil? Y no soy inofensiva, creo.- Exclamó casi ofendida. El chico rió con tranquilidad.
-Tienes razón. Acabas de ser convertida, así que no tendrás ni idea de nada. Según la demonología tradicional cuando un demonio le arrebata su alma a un humano este muere, vagando por el purgatorio eternamente, como un fantasma pero ni siquiera en la tierra. O, si la ha vendido a cambio de algo, se le da ese algo pero a un precio muy alto, tal como sus sentimientos o su energía, convirtiéndose en un vegetal.- Empezó a explicar casi como una enciclopedia bajo la mirada atenta y temerosa de la muchacha. Después, carraspeó.- Pero esto es sólo en los demonios de bajo nivel. Hay setenta y dos demonios que son inmensamente más fuertes que estos, denominados los Setenta y Dos Hermanos. Tienen un número asignado del uno al setenta y dos, que indican su rango y su poder, siendo el uno el más poderoso y... ellos pueden hacer mucho más. A veces roban sólo una parte del alma, denominada la parte humana, dejando la parte sobrenatural que todo humano tiene y que le permite transformarse en demonio o ángel una vez muerto. Y los transforman así en sus aprendices y en sus futuros sucesores, y hasta que son lo suficientemente poderosos se les llama iniciados.- Conforme Klaus hablaba, Aya no podía disimular su sorpresa. No podía ser que todo aquello le hubiese pasado, y aún no sabía ni por qué. Abría sus ojos, tenía miedo de tanta información. Notaba como los nervios volvían a su cuerpo. Y Klaus lo notó, lo que paró de hablar.- ¿Estás bien? Si quieres termino de contarte en otro momento. Comprendo que es una gran cantidad de información y...
-¿Y qué tengo yo de especial? ¿Por qué me habéis salvado? Soy una discípula de... Malthus y esas cosas. O era.- Le interrumpió la muchacha, sin cambiar su expresión, paralizada en la silla. Klaus guardó silencio un momento y se ajustó las gafas, aún más serio.
-Eso te lo contaré en otro momento. Y lo mismo digo para tu segunda pregunta.- Dijo fríamente. Pero en cuestión de segundos volvió a sonreír con dulzura, levantándose de la silla con pesadez.- No te preocupes, Aya. Te protegeremos, después de todo has sido una humana hasta ahora.- Y se acercó a ella, agachándose. Le acarició la cabeza con una gran sonrisa, haciendo que la chica se sintiera más aliviada momentáneamente. Todo aquello era una montaña rusa de sentimientos. Aunque aún había demasiadas cosas por resolver. Klaus volvió a hablar.
-Ahora vamos a comer. He pedido pizza. Después de comer, te contaremos más...
-¿Y por qué no lo hacemos ahora?- Dijo repentinamente una segunda voz. Aya se levantó rápidamente al oírla, mirando hacia las escaleras de la entrada nerviosamente. Era Kyle, el cual estaba apoyado en una columna de madera próxima, con su típico gesto serio. No sabía cuánto tiempo había estado ahí.
-Kyle, ella...- Comenzó a decir el castaño, intentando apaciguar el genio del cazador. Pero Kyle comenzó a caminar hacia ambos muchachos. Aya se cruzó de brazos, asustada, pero fingiendo una falsa seguridad en sí misma.
-N-No, contádmelo.- Contestó la muchacha, retando con la mirada al moreno, que se quedó justo delante de ella, observándola. Klaus fingió una risa nerviosa, separándoles, mientras se seguían enviando miradas asesinas. Y se ajustó las gafas. No quedaba más remedio, o lo contaba o entre ellos se matarían. El castaño comenzó a hablar.
-Entre los 72 hermanos tienen un pacto de no agresión en el cual no pueden matarse ni atacarse entre ellos... pero sí que pueden matar a demonios menores y... a los iniciados de los demás.
Aya abrió los ojos, incrédula y asustada. Miró al suelo, respirando fuertemente. Ella era lista, era inteligente, y sabía lo que aquello significaba. Significaba que la querían a ella y que estaba en un peligro constante. Nunca antes se había enfrentado a tal peligro de muerte. O, más bien, a un peligro de esa naturaleza. Estaba asustada, confundida.
-Los iniciados sois un imán natural de demonios poderosos. Por eso te queremos, porque gracias a ti podremos localizarlos con mayor rapidez.- Siguió Kyle, quieto, inmóvil. Aunque él sabía que aquello no estaba bien, no podía hacer otra cosa. Y notaba como el estado de Aya iba de mal en peor. Era demasiada presión para ella.
Aya retrocedió. No podía ser. No se la creía. Aquellos dos la querían de cebo prácticamente. Negó con la cabeza.
-No puede ser...- Susurró. Se sujetó la cabeza con ambas manos, mientras notaba que sus ojos se llenaban de lágrimas otra vez. Era un maldito objetivo para demonios si no era protegida, e igualmente, la estaban tratando como un objetivo. No tenía dónde escapar, sentía que en cada esquina la podrían matar. Y aquello la agobiaba. No podía soportarlo, quería morirse antes que vivir así. Estaba a punto de entrar en pánico. Empezó a respirar con fuerza, al mismo tiempo que notaba que su alrededor empezó a temblar.
Los muchachos miraron a su alrededor alarmados. Klaus estaba confundido a pesar de que sabía que aquello lo estaban provocando los poderes de la demonio, pero Kyle se acercó a ella sin pensar, en un paso y la cogió de los hombros, haciendo que lo mirase fijamente.
-Escúchame, Aya. Te voy a proteger con mi vida. Nadie va a tocarte ni un pelo. No eres un objeto, únicamente mi ayuda- Le gritó, nervioso por lo que estaba pasando, pero decidido, mientras ella parecía cada vez más catatónica.- Tómatelo como un trabajo. Vivirás aquí con nosotros la mayor parte del tiempo, de vez en cuando vendrás conmigo a cazar a los que están haciendo mal. Sólo necesito que me ayudes... Por favor.- Siguió, frunciendo el ceño con determinación. Pero eso no significaba que no lo fuese hacer, porque estaba convencido de que la protegería pasara lo que pasara. Todo seguía temblando, pero cada vez en menor intensidad. Aya empezó a relajar su respiración al notar las intenciones del cazademonios, al ver su seguridad, hasta que su alrededor dejó de temblar por completo. Aún estremeciéndose por la idea, agachó su mirada a la vez que Kyle se alejaba, respirando por fin tranquilo. La chica de ojos amarillos se secó las lágrimas de puro pánico, abrazándose a sí misma, agazapada.
-¿De verdad?- Susurró con una voz temblequeante. Sabía que lo decía de verdad, pero solamente necesitaba que se lo dijeran de nuevo. Como si eso significara una promesa, o un juramento.
-Te lo juro.- Respondió el muchacho con una leve sonrisa de satisfacción, clavando su mirada en ella. Una vez más, Kyle le transmitía a la chica ese sentimiento de protección que había experimentado desde que le había conocido, hacía unos días atrás. Como si diese igual lo que pasase, que iba a vivir si estaba junto a él. Y, sintiéndose de esa manera, asintió, más tranquila, más segura.
-Lo haré.

__


Eran las ocho de la tarde de aquel mismo día cuando comenzó todo. Eran las ocho de la tarde cuando Aya empezaría su aventura real.
Se encontraban en la cocina de la casa. Era mucho más moderna que el resto de la casa, con casi todo en colores azul y plateados, muy amplia y rectangular. Sentados en la mesa de vidrio azul en la que había comido hacía unas horas, que se encontraba en el centro, en unas sillas del mismo material y color, Kyle, Aya y Klaus se reunían. Encima de la mesa había un montón de documentos y planos de la gran ciudad de Londres. Kyun-san miraba a los tres muchachos con curiosidad, encima de la cabeza de su ama. Se había dado una buena siesta hasta hacía unos pocos minutos, por lo que bostezaba y se dormía cada poco tiempo. Debido a que era verano, la noche aún no había caído en el exterior, pero faltaba poco. Los tres estaban serios, solemnes.
Y Aya abrió la boca para hablar.
-¿No pensáis que es muy poco glamouroso explicar una misión de las vuestras en una cocina?- Dijo arqueando una ceja, casi decepcionada, con un tono duro y sarcástico.
-Si alguien no se hubiese cargado la puerta porque no controla su estúpida fuerza de demonio estaríamos en el sótano. Pero claro, por tu culpa lo hemos tenido que sellar hasta que nos llegue la nueva puerta en tres días.- Contestó Kyle, molesto y con un tono infantil, casi burlándose de ella y retándola con la mirada, frunciendo aún más el ceño.
-¿¡Eeh!? ¡No es mi culpa, llevo menos de una semana siendo demonio!- Gritó la muchacha dando un brinco y alzándose, mientras el erizo se despertaba repentinamente, reafirmando lo que decía con un chillido.
-¡Entonces no fuerces los pomos de las puertas de mi casa! ¡Y dile a tu bicho que deje de darte la razón en todo!- Vociferó de vuelta Kyle, alzándose igualmente. Y así empezaron a gritarse, cada vez más enfadados.
-Chicos...- Comenzó a decir Klaus, fingiendo una sonrisa. Pero al ver que aquellos dos no paraban de discutir, se ajustó las gafas, frunciendo el ceño.- ¡HE DICHO QUE OS CALLÉIS!- Gritó, haciendo que inmediatamente los dos muchachos pararan de chillar, tragando saliva y sentándose correctamente en la silla. Klaus era terrorífico cuando no le hacían caso. Por eso era como el hermano mayor de Kyle.
-Es su culpa.- Susurró el chico de ojos grises, no estando dispuesto a perder la pelea. Aya cerró el puño con fuerza.
-Tú...- Susurró, enfadada y molesta con él. Se llevaban a matar, no eran para nada compatibles y no se soportaban. Cuando uno decía blanco, el otro decía negro. Cuando uno día noche, el otro decía día. Klaus carraspeó mientras los dos compañeros se mataban con la mirada, haciendo que saltaran chispas, pero la posibilidad de un nuevo grito del chico de gafas los devolvió a su sitio. Y entonces, empezó a explicar con seriedad la misión, mientras los otros dos miraban la información.
-Lo repetiré por si no os habéis enterado. En Londres se han cometido numerosos suicidios en estos días en diferentes partes de la ciudad. Pero lo que nos indica que es acción de un demonio es la quemadura en forma de estrella invertida que presentan todos. Creemos que podría el manipulador de mentes Dantalion, el demonio número 71 de los hermanos. Numerosas fuentes nos lo confirman, pero sólo hay una forma de averiguarlo: ir y parar su masacre. ¿Entendido?
-Sí.- Dijeron Kyle y Aya al mismo tiempo, automáticamente, sin atreverse a salirse ni un poco de los manerismos de un soldado. Klaus suspiró con resignación, rascándose la nuca, pensando en lo infantiles que eran. Y estaba preocupado de que su unión no fuese más perjudicial que beneficiosa, porque a la mínima estaban enzarzados en una pelea. Pero ya era tarde para arrepentirse.
De su bolsillo, el castaño sacó un teléfono móvil. Era un modelo Sony Xperia Z1, el cual le entregó a Aya, que había estado leyendo una guía de Londres. La chica no se dio cuenta de lo que era del principio, pero al tenerlo en sus manos se le iluminaron los ojos, lo cogió con ilusión y lo miró incrédula. No se podía creer que fuese para ella. Llevaba mucho tiempo sin un aparato electrónico entre sus manos y eso era como un chute, como saciar su necesidad de tecnología. Y lo abrazó, mientras el erizo inclinaba la cabeza.
-A pesar de que con Kyle me comunico con un auricular, no dispongo de momento de más y creo que ayudaría que tuvieses un teléfono móvil con el que comunicarte con cualquiera de los dos. Es el que tenía antes yo, así que no tienes que configurarlo para nada....
Y entonces, Aya arqueó una ceja. Era uno de los Xperia más nuevos, así que eso significaba...
-Realmente, tenéis mucha pasta...- Susurró, en parte envidiosa. Kyle frunció el ceño y Klaus rió.
-No es por eso... Pero, igualmente, preparad vuestras maletas. Os llevaré a la estación. Tenéis un tren hacia Londres en una hora y media, ya me he ocupado de reservaros el hotel también.- Kyle y Aya asintieron. “Qué eficiente es Klaus”, pensó la chica, sonriéndose a sí misma. Se levantaron de su sitio, mientras Aya guardaba el móvil entre sus manos, feliz de nuevo, sin acordarse casi de lo que había pasado hacía unas horas.
-¡Kyuu!- Chilló el erizo, dando un pequeño salto sobre la cabeza de la muchacha.
-Eh, eh...- Susurró Klaus, parándose y tomando al animal entre sus manos. Le sonrió.- Aya, la misión será peligrosa así que me quedaré a Kyun-san durante este tiempo. Lo cuidaré bien.
Aya arqueó una ceja. No quería separarse de su erizo, de su amigo.
-Pero siempre está conmigo.- Protestó girándose hacia el castaño, frunciendo el ceño.
-Estará mejor aquí. ¿Confías en mi?- Contestó Klaus, mirándola a través de sus gafas, con ese aire de dulzura irresistible. Ella tragó saliva mirando al chico, después al erizo y de nuevo al chico. Estaba indecisa, pero sabía que era lo mejor para su amigo. Pero él parecía nervioso entre las manos de Klaus.
-...Cuida bien de él, no sé que haría si le pasara algo.- Confirmó, con un semblante triste. Klaus ladeó la cabeza en una dulce sonrisa, y ella acarició las púas de su mejor amigo, depositando un suave beso en ellas.
-Volveré pronto, así que no te preocupes por mi.- Le susurró. Eso era. Volvería por aquel erizo que tanto quería. Superaría la misión y volverían a estar juntos en poco tiempo. En muy poco tiempo.

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El viaje en el tren fue rápido. Sólo le dio tiempo a comer un poco, a hablar y discutir con Kyle, a moverse nerviosa de un lado para otro al no saber qué le deparaba el futuro y qué narices tendría que hacer allí y a ver la televisión. Decían algo de un gran jaleo en la comunidad religiosa londinense, parecía ser sobre un sacerdote de la orden de los benedictinos. Pero no le dio mucha importancia, porque su cabeza estaba llena de dudas, inseguridad y preocupación. Preocupación por Klaus, por Kyun-san, por su futuro. Ni siquiera había pensado en su antiguo hogar, demasiadas emociones juntas le habían dejado pensar en el momento. Pero en un par de horas ya estaban en la capital, en la hermosa y misteriosa ciudad que tanto terror e interés le suscitaba a la demonio. Tras ir al hotel, situado en el barrio de Barnet y dejar las maletas, a las doce de la noche, los dos compañeros salieron a la noche londinense, la oscura noche londinense.

Kyle se paró en frente del hotel, presionando el auricular por el que se comunicaba con Klaus. Estaba serio, como siempre se ponía cuando iba a trabajar. Mientras tanto, Aya cruzaba los brazos, helada de frío y mirando a todos lados, sin saber qué hacer, mientras daba saltitos para entrar en calor.
-¿Klaus? Infórmame.- Dijo tajantemente el moreno. Iba con una chaqueta de cuero, una camiseta negra y unos vaqueros oscuros, además de unos zapatos. Siempre iba oscuro. Por otro lado, Aya llevaba unos pantalones cortos con unas deportivas y una sudadera lila.
-No te lo vas a creer, Kyle, pero es como si no pudiese captar nada. Todos los transmisores, las cámaras todo... se ha roto. Me han jodido todo.- Contestó el chico de gafas con fastidio. Kyle chasqueó la lengua, molesto, asustando a la demonio que se sentía en ese momento muy insegura. Pero él sabía que podría ser el influjo de otro demonio, o una mala coincidencia. Lo que le decía aquello era es que no sería una misión tan sencilla como pensaba.
-¿Pasa algo?- Preguntó Aya, acercándose a su compañero. Él le puso una mano delante, indicándole que callara. La miró y entonces una bombilla se encendió en su interior, como si hubiese descubierto algo muy importante.
-Tengo una idea Klaus. Déjame a mi.- Sugirió casi nervioso, entonces soltó el transmisor de su oreja, cogió a la chica por los hombros y la miró.-Escúchame, Aya. No funciona nada de la red de información de Klaus. Tú eres un demonio y sabrás captar a otros demonios. Sé que puedes hacerlo.
Aya abrió los ojos, asustada, y se retiró un par de pasos, negando con la cabeza.
-¡P-Pero yo soy sólo una iniciada! ¡N-No creo que tenga ese poder!- Protestó, alzando la voz.
-Sólo inténtalo. Por favor.-Le suplicó. Los dos compañeros se miraron: Kyle estaba preocupado, nervioso, pero Aya lo estaba más. Cada uno tenía sus intereses, pero sólo había una salida posible. Pero, igualmente, Aya no lo había visto antes suplicándole. La chica tragó saliva y asintió.
-Lo intentaré.- Dijo, notando que su voz temblaba. No sabía cómo hacerlo si quiera, si iba a funcionar, si solamente haría el ridículo. No tenía ni idea de nada porque nadie le estaba enseñando a controlar sus poderes. Y eso era lo que más le asustaba, ser una inútil para la gente que le estaba salvando la vida. Por eso sentía que tenía que confiar ciegamente en su compañero que le salvaba la vida.
Pero no era tiempo de eso. Se tocó las sienes, intentando concentrarse. Y rápidamente se dio cuenta de lo que tenía que buscar... Se acordó de que el chico que le había hablado cuando estaba encerrada y Malthus tenían una sensación parecida, como un aura. Y quizás si buscaba algo parecido, si se concentraba en ello, encontraría a su objetivo.
“Concéntrate, concéntrate...”, empezó a pensar, como si de un mantra se tratara. Y en cuestión de segundos, notó un pinchazo en su corazón, mientras en su mente surgían mil imágenes. Una pareja discutiendo, un niño llorando, una pareja besándose. Y, finalmente, vio un cartel en el que ponía “Hounslow”, y por fin un local abandonado con un cartel en madera en el que ponía “Pleasant wood”, un hombre en su interior, rodeado de cajas y polvo, a punto de colgarse... y una sensación parecida a la de Malthus a su lado, que supo inmediatamente que era un demonio, Dantalion. Había algo más... Algo más que le recordaba a ese tío. Al chico de pelo rojo del castillo de Malthus. Y notó como su respiración empezaba a cortarse, como si le hubiesen taponado los pulmones. Se ahogaba y no podía salir de esa visión.
-¡Aya!- Exclamó Kyle alarmado sacudiendo sus hombros, sacándola de su trance, haciendo que esta empezara a toser. Y estando a punto de desfallecer, notando como sus piernas le fallaban, Kyle la sujetó de la espalda, agachándose en el suelo. Se sentía débil, muy débil, y temblaba por ello. Poco a poco recuperaba la respiración, pero se le hacía duro.
- ¿Estás bien...?- Preguntó el muchacho, sujetando a la chica entre sus brazos.
-Lo he visto.- Susurró Aya, respirando con fuerza, nerviosa, hablando rápidamente.- Está en un local abandonado llamado “Pleasant wood” y está a punto de colgarse. Hay un demonio con él y también...- Pero se dio cuenta de que no podía decirle nada. Ese chico habló con ella, y no le pareció en absoluto malvado. Y sabía que si se lo decía, Kyle iría a por él. Y sentía que no quería que muriese. Era todo díficil, era un gesto egoísta, pero era egoísta.
-... He visto Hounslow. Un cartel que ponía Hounslow... No sé lo que es Hounslow... - Terminó de decir. Por fin notaba como el aire llenaba sus pulmones en su totalidad, como recuperaba la energía y la fuerza. Se estaba empezando a acostumbrar a ahogarse y a que le pasara todo lo malo, loo cual le preocupaba.
Kyle miró al frente. Hounslow no era un sitio donde pasaran muchas cosas, pero sabía situarlo perfectamente. Y podían llegar a tiempo si se daban prisa, ya que una vida humana estaba en juego. Kyle se incorporó, ayudando a Aya, que estaba casi completamente recuperada.
-... Es un barrio... Debemos salvar a esa persona.


__

El local era amplio pero oscuro y agobiante. Lleno de polvo, de cajas, de sueños rotos, de destrucción, de desilusión. En el centro un hombre estaba a punto de ser colgado, lloraba con una cuerda rodeada en su inocente cuello, apoyando sus pies en una banqueta. Pero se acercaba su fin.

-Ding, dong, ¿Sabes que hora es?- Empezó a cantar alguien, seguido de una macabra risa. Era una voz masculina pero aguda, sin llegar a ser afeminada. Y parecía divertirle aquello. De la oscuridad surgió una figura masculina, un hombre alto de orejas puntiagudas, de cabellos plateados, hasta el hombro y peinados hacia atrás y ojos rojos, con un rombo dibujando debajo de su orbe derecho. Estaba vestido con un traje sin chaqueta de colores brillantes como el azul celeste del chaleco, el morado de los pantalones, el menta de la corbata, el blanco con rombos negros de la camisa y aquellos zapatos dorados. Tenía un reloj de bolsillo en su mano derecha. Una gran sonrisa aterradora adornaba su rostro. Porque aquello era su momento favorito del día.
-Ding, dong, no sirves para nada. Eres inútil como todo humano.- Siguió cantando, dando vueltas alrededor de aquel hombre canoso y cincuentón, vestido con un traje negro, que lloraba desconsoladamente. Y entonces, despareció, apareciendo justo al lado del humano, susurrando a su oído.
-Ding, dong... es hora de morir.


Los gritos resonaban junto a la putrefacción y la locura. Pero la fiesta estaba llegando a su fin.

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