4. Arsenal
Aya suspiró
ruidosamente, intentando eliminar sin éxito los nervios que hacían
que su corazón latiera a toda prisa. Kyun-san estaba dormido en su
regazo desde hacía varias horas. Miraba a todos lados, confundida y
sin poder estar quieta. Pero nadie parecía hacerle caso, preguntar
qué tal estaba o explicarle qué problema había con ella. Porque
ella ya sabía que aquel no era su lugar, que debería estar muerta y
que si un cazador de demonios como Kyle la había salvado de las
garras del poderoso Malthus había sido por pura casualidad. Pero ni
siquiera sabía el por qué lo había hecho.
“Los cazadores
de demonios matan demonios”, pensó entre miedosa y molesta
chasqueando la lengua. Era tan obvio como difuso para ella, que había
desafiado toda regla. Y era por ese pensamiento que tenía ganas de
acabar con todo y saltar por la ventanilla del Mercedes Benz CLS gris
en el que Klaus les llevaba hacia dónde vivía con Kyle, en el
pueblo costero inglés de Kingsand. El atractivo castaño de gafas
había resultado ser poco receptivo a la presencia de la demonio, con
la cual se había comportado fríamente desde el principio. Si se
pensaba bien, era normal; él también sería un cazador, o
participaría en el negocio de Kyle, y por lo tanto no sería
precisamente un fan de su nueva raza.
“Nueva raza.
Suena tan estúpido...”, pensó de nuevo. Hacía una escasa semana
ella era una humana normal, y ahora tenía pelo azul, ojos amarillos
y unas graciosas orejas puntiagudas. Aún no sabía ni como
comportarse, pero poco a poco se iba acostumbrando a la situación. O
eso quería pensar con su gran ego y su gran inseguridad. Por lo
menos, ya sabía algo más de aquellos dos: Vivían en una casa
victoriana casi en la costa, y teniendo en cuenta el cochazo que
tenían parecía que el dinero no les faltaba. Y aquello le
fastidiaba a Aya, de clase media y sin grandes pretensiones. “Qué
mal repartido está el mundo”, pensaba.
Observó a los dos
hombres delante suyo: Klaus conducía en el asiento derecho mientras
que Kyle ocupaba el del copiloto. Ella estaba sentada en la parte
trasera, justo detrás del cazademonios de los ojos grises casi
fosforescentes. Suspiró, entre preocupada y aburrida, y miró por la
ventanilla del caro vehículo. El paisaje inglés sin duda era
hermoso, lleno de preciosos verdes que se mantenían aún así en el
verano en el que se encontraban. Japón también era verde, pero
Inglaterra tenía otro tono; era más brillante, pero a la vez más
triste. Pero también tenía que ver con el cielo gris que se
levantaba sobre sus cabezas, anunciando una tormenta que el trío no
tardó en encontrarse de camino.
Era mediodía y
había parado de llover cuando llegaron a la gran casa de Kyle y
Klaus. Tras viajar por los empinados asfaltos del pueblo, muy
rústico, y viajando aún veinte minutos separándose de la villa, se
pararon en frente de la vivienda, vallada por completo con altas
verjas de hierro. Justo en frente de esta había una fuente de piedra
sin agua, en cuyo centro había construído una estatua de un ángel
esculpido, notablemente deteriorado por el paso del tiempo. Pero lo
más impresionante era probablemente la casi mansión. A través de
la ventana del coche, Aya observó sorprendida el complejo, sin saber
qué le impresionaba más de todo. Miró la amplitud del terreno,
después la tétrica fuente y por fin la gran residencia.
El erizo se
terminó de despertar finalmente, desperezándose haciendo un curioso
ruido agudo que no sacó de su ensimismamiento a la chica de pelo
azul, para mirarla con confusión y subirse a su cabeza. Los chicos
bajaron del coche y Klaus, aún serio y poco receptivo, abrió la
puerta de Aya sin casi mirarla a la cara, yéndose hacia la casa y
dejando que esta saliese y la cerrase por sí misma, para después
sacudirse su falda de tablas y su blusa. Pero estaba tan sorprendida
que ni siquiera le molestó cómo el castaño la trataba. Simplemente
se paró en frente de la casa, dando un par de pasos. Con la boca
abierta pudo darse cuenta de la cantidad de dinero que debían tener,
haciendo que se sintiera una mera pueblerina entre príncipes. Y se
seguía preguntando qué narices hacía ahí. Estaba nerviosa por
tanta naturaleza y plenitud, se sentía incómoda en ese lugar
extraño.
La casa de un
estilo totalmente victoriano tenía tres pisos. Las tablas de las
paredes exteriores eran marrones y los techos negros, tenía una
amplia entrada al aire libre, pero techada, y se podían distinguir
claramente los enormes ventanales tan propios de ese tipo de
construcciones.
Kyle se acercó a
ella, mirándola desconcertado al no verla casi reaccionar ni mostrar
ninguna emoción, parándose justo al lado.
-¿Hay algún
problema?- Preguntó, mirando a la mansión y a la chica de pelo
azul, intentando adivinar qué se le pasaba por la cabeza. Ella negó
con la cabeza, frunció el ceño y lo miró.
-Sólo que...-
Empezó a decir confusa.- No es por nada, pero, ¿sois de la realeza
o algo así? Porque esto no es normal.- Soltó sin más, asustada por
su poder y dinero, retrocediendo un paso. Debían ser de la realeza o
muy importantes para disponer de aquellas instalaciones, estaba ahora
más que convencida. Kyle arqueó una ceja y volvió a mirar la casa.
-No lo capto.-
Dijo serio, Aya se tranquilizó al recordar cómo era Kyle, puso los
ojos en blanco y suspiró. Aquel chico era definitivamente muy
particular.-... Cállate.- Le ordenó el moreno, dándole su maleta
que acababa de coger del maletero, quedándose él únicamente con la
suya y con aquella funda de viola tan misteriosa. Aya frunció el
ceño, molesta.
-¡Pero si no he
dicho nada!- Refunfuñó la de los ojos amarillos y se adelantó un
par de pasos. Klaus estaba abriendo la puerta. Y Kyle siguió detrás
de ella, mientras susurraba un “¿Qué problema tiene esta chica?”.
Aya contuvo la
respiración al entrar dentro y el erizo bajó de su cabeza al hombro
de la chica, en el cual se acurrucó.. Si el exterior era
impresionante, el interior era increíble. Todo estaba decorado como
si se tratara de un palacio del siglo XIX, lo cual le daba aún más
miedo. Quizás era una mafia y se había metido en líos realmente
grandes. Tragó saliva. Caminó por el hall de la casa, decorado en
madera y con una escalera que subía al piso de arriba al fondo a la
derecha. Todas las paredes tenían motivos victorianos en tonos
amarillos claros. Era más luminosa y clara por dentro que por fuera,
lo que daba una sensación de comodidad. Y, a su izquierda y tras un
gran arco, se encontraba el salón profusamente decorado, con grandes
ventanales que hacían la estancia luminosa. “Al menos tienen
televisión”, pensó Aya. En efecto, en frente de un par de
sillones y un extenso sofá, había una gran televisión de plasma.
Le sorprendió que al fondo del salón había una puerta de cristal
que llevaba a un jardín.
Y a la derecha,
justo antes de la escalera, había una puerta de vidrio transparente,
a través de la cual pudo distinguir la cocina.
“Me pregunto si
sus utensilios son también victorianos y pijos”, pensó arqueando
una ceja, intentando no reírse. Miró a los dos chicos, los cuales
colgaban sus chaquetas en el perchero que había junto a la puerta.
En un segundo golpe de vista pudo ver que había una puerta de madera
debajo de las escaleras. Y aquello encendió la curiosidad de Aya.
“¿Qué tendrán,
un arsenal lleno de armas?”, rió entre dientes. Pero aunque su
necesidad de ser sarcástica la llevara a comentar eso, en realidad
le daba miedo que fuese así.
-Dame si quieres
tu chaqueta- Oyó decir a sus espaldas, lo que la sacó de su mundo
de observación agitando la cabeza. Se giró y miró a quien le había
hablado. Era Klaus, el cual parecía ligeramente más relajado. Había
dejado de mirarla con desprecio pero se notaba su desconfianza hacia
la muchacha. Le imponía su presencia, parecía un gran líder. Y que
le sacara más de una cabeza, al igual que Kyle, no le ayudaba..
Klaus le extendía su mano para que le diera su chaqueta vaquera. Aya
aguantó la respiración.
-S-Sí...- Susurró
la demonio, quitándose el chaquetón mientras el erizo volvía a
moverse a su cabeza y entregándosela con cuidado, para que después
éste la dejara en el mismo perchero. Y una vez dejó de mirarla,
ella suspiró aliviada. Cada vez que aquel chico le dedicaba una
mirada o unas palabras sentía que la mataría de un momento a otro.
Juntó sus manos en el pecho, insegura.
-Aya.- La llamó
Kyle, que se encontraba a medio metro de ellos.- Klaus y yo vamos a
tener unas palabras en el piso de arriba, espera en el salón hasta
que bajemos.- Le ordenó autoritariamente. Intercambió un par de
miradas con Klaus, el cual le dedicó un gesto frío.- … Por
favor.- Terminó de decir. Aquellos dos parecían como hermanos,
parecía que el castaño controlaba mucho al cazador de demonios.
Aunque no compartían apellidos. Klaus Denzel y Kyle Hunter eran
tipos extraños que no le gustaban ni un pelo a la chica de pelo
azul.
Aya se cruzó de
brazos y asintió sin decir una palabra más, caminando
apresuradamente hacia dónde le habían dicho, mientras los dos
muchachos subían. Estaba huyendo claramente de la agobiante
presencia de los dos imponentes muchachos.
Miró a todos
lados, sin saber si estaba bien sentarse como en su casa, y divisó
el sofá, ladeando la cabeza, indecisa.
-¿Qué debería
hacer, Kyun-san?- Le preguntó a su pequeño amigo, que reposaba
desde hacía rato en su cabeza. El erizo hizo uno de los agudos
sonidos con los que se comunicaba. Aya suspiró y lo cogió,
teniéndolo entre sus manos y casi lanzándose al sofá al mismo
tiempo. Era cómodo, así que la chica de pelo azul no tardó en
acomodarse como si realmente fuera su casa, depositando al animal en
su regazo. Este se hizo una pequeña bola, mientras miraba a su ama.
-¿Crees que he
hecho bien?- Preguntó la chica, clavando su mirada en la televisión
apagada que tenía en frente suyo. Encima de esta había un gran
cuadro, en el cual se mostraba a una hermosa mujer rubia, con una
dulce sonrisa. “Qué hermosa”, pensó la muchacha, “y yo tengo
el pelo azul y los ojos amarillo nuclear... Parezco un puñetero
personaje de Pitchi Pitchi Pitch”
-¡Kyuu, kyuu!-
Chilló el animal, devolviendo a Aya a la tierra. La muchacha sonrió,
por primera vez en mucho tiempo. Estaba enternecida por su amigo, que
siempre la cuidaba y ayudaba a no volverse loca desde que había
empezado a quedarse confinada en su casa, aunque la había cuidado
desde que ella tenía cinco años. Pero no quiso recordar sus inicios
como hikikomori, así que lo olvidó rápidamente.
-¿Eso es que sí?-
Volvió a preguntar mirando a Kyun-san, retirándose uno de sus
ondulados y rebeldes mechones detrás de la oreja.
-¡Kyuu!- Y el
pequeño erizo deshizo su forma de bola, mirándola. Ella acarició
sus púas, ocultando sus ojos con su espeso flequillo recto.
Definitivamente, él era en el único que podía confiar en ese
momento. El único que la comprendía.
-...Gracias,
Kyun-san.- Susurró entrecerrando los ojos.
__
El tiempo pasó
lentamente, lo que agobiaba a la muchacha. De vez en cuando Aya
miraba al reloj de madera que había a su derecha. Al final, dejó al
erizo encima del sofá y se paseó por la habitación, curioseando la
mesa con sillas de madera oscura justo detrás de los sillones, las
estanterías llenas de libros, incluso el piano de cola negro que
había marginado en un rincón, y el tocador que había al lado del
arco, con su espejo. Miró al jardín exterior a través de las
cristaleras, pero poco a poco notó como el hambre la atacaba. No por
nada eran por lo menos las tres de la tarde, y Aya amaba comer como
si fuese lo único que pudiese hacer en su vida.
-Pero que están
haciendo, ¿una reunión o una sesión de sexo gay?- Dijo en voz alta
sin pensarlo, molesta, tapándose inmediatamente la boca con
vergüenza. Y sonrojándose al imaginárselo.
“¿Pero en qué
narices pienso?”, se dijo a sí misma, intentando calmar sus
hormonas de adolescente amante de los mangas de temática yaoi.
Suspiró para terminar de alejarse de esa imagen, sintiéndose
ridícula, y entonces recordó algo: la puerta de debajo de la
escalera. Entonces se le ocurrió una idea loca que le atraía como
las abejas a la miel, que la incitaba a hacer cosas que no debía.
Pero, si lo pensaba, llevaba haciendo cosas que no debía casi una
semana, así que, ¿qué más daba un poco más? Se asomó al arco,
comprobando que no había nadie, y se giró hacia Kyun-san, que
reposaba ahora en el brazo del sofá.
-Quédate aquí,
voy a comprobar algo.- Le susurró, mientras el erizo inclinaba su
cabeza. Dio un par de grandes pasos hacia su objetivo, con la más
completa discreción. Las razones por las que se iba a arriesgar a
investigar eran varias: quería curiosear, ya que en teoría se iba a
quedar allí un tiempo, y quería saber si realmente había algo
raro. Después de todo, se encontraba con gente que mataba a
personas, o seres, como ella. Era demasiado curiosa, sí, pero no
podía evitarlo. Quería saber de ellos y tenía la sensación de que
aquella era la mejor forma, de que en ese sótano o lo que fuese
había algo grave. El sexto sentido demoníaco, supuso.
Y por fin se
colocó en frente de la puerta, suspirando. Rezó para que estuviese
abierta, para darse cuenta de lo curioso que era que un demonio
rezara. Y tomó el pomo dorado con sus dos manos y lo giró, mientras
pensaba repetidamente “Ábrete, por favor”.
Nada. Cerrado a
cal y canto.
Aya lo volvió a
girar una y otra vez, poniéndose cada vez más nerviosa, sintiendo
cada vez más que debía entrar, notando como se enfurecía y se
frustraba, hasta que oyó un sonido contundente. Cerró los ojos por
instinto, volviendo a rezar de nuevo para que no hubiese pasado nada
y, cuando los abrió, se encontró con lo que pensaba que sería su
sentencia de muerte. Tenía en su mano derecha el pomo... sin el
resto de la puerta. Lo observó horrorizada: lo había arrancado de
cuajo sin hacer el mínimo esfuerzo y sin darse si quiera cuenta.
“¿¡Pero qué
es ésta fuerza!?”, gritó interiormente, retrocediendo
aterrorizada. Antes de obedecer a sus instintos de cobarde y gritar e
irse corriendo de allí antes de que la mataran, respiró un par de
veces, dejando el pomo a un lado, en el suelo. Cerró los ojos de
nuevo, pensando en qué hacer.
“Ya que me van a
asesinar por destrozarles la puerta, que me asesinen por curiosearles
el sótano”, pensó encogiéndose hombros. Con un suave empujón,
la puerta se abrió así que, finalmente y poco a poco, bajó las
escaleras que se encontraban a continuación. Estaba todo oscuro,
pero Aya podía distinguir donde estaban los escalones. Era como si
tuviese una visión nocturna o algo así, lo cual lo atribuyó de
nuevo a su nueva condición, pero mientras bajaba lentamente y sin
hacer ruido, tenía miedo de lo que pudiese hacer, de sus poderes
como demonio. Podía arrancar un pomo de cuajo sin hacer casi
esfuerzo, por lo que tenía una gran fuerza si no se controlaba. Y
aquello era terrorífico.
Terminó de bajar,
pero incluso su nueva visión no podía distinguir nada ahí abajo.
Sólo veía sombras difusas, sin poder distinguir nada en concreto.
Necesitaba luz. Y, palpando la pared, llegó hasta el interruptor, el
cual presionó. Sus ojos, que se acababan de acostumbrar a la
oscuridad, pudieron vislumbrar poco a poco lo que había en ese
cuarto. Y la visión no pudo ser más terrorífica.
Aya se tapó la
boca para no gritar, mientras notaba que sus ojos se salían de las
órbitas: Era un cuarto casi cuadrado, de paredes metálicas, al
igual que el suelo. Había muchas vitrinas con armas por todos lados,
desde espadas hasta pistolas, pasando por rifles de asalto, bombas,
dagas. Todo un arsenal que podría matar a un ejército entero. Y en
frente de estas había cinco pantallas de ordenador encima de un
escritorio., con una silla. Del aparato salían numerosos cables,
conectados a unas torres detrás de éste.
“S-Son unos
psicópatas. ¡S-Son unos psicópatas!”, pensó totalmente
aterrada. Debía salir de allí definitivamente, no podía vivir
sabiendo que tenían esos debajo de su casa. No podían. Nunca se
había enfrentado a algo como eso, y notó que sus nervios y ansiedad
inundaban todo su cuerpo, ahogándola, agobiándola. La iban a matar.
Y caminando hacia atrás, aún con la boca tapada, notó que chocaba
contra un cuerpo caliente, y que ese cuerpo caliente depositaba sus
manos en los hombros de la chica. Y, entonces, no pudo evitar gritar
por unas milésimas de segundo, hasta que una de las manos le tapó
la boca, mientras Aya cerraba los ojos. Iba a morir. Definitivamente.
Eran locos y asesinos. Pero era obvio, el mismo Kyle le había dicho
que no podía mirar dentro de su funda de viola. Habría algo
horrible allí también, quizás cabezas de demonio o cosas peores.
Estaba asustada, y el susto hizo que de sus ojos empezaran a salir
lágrimas.
-Tranquila,
tranquila.- Dijo aquel cuerpo, con un tono suave, destapándole la
boca y dándole la vuelta sobre si misma lentamente. Aya abrió los
ojos lentamente mientras lloraba desconsolada. Era Klaus. La chica
retrocedió un paso, nerviosa.
-¡P-Perdón,
p-perdón! ¡N-No me matéis por favor!- Gritó, retrocediendo otro
paso, temblando como un flan. Sin darse cuenta tropezó con un cable,
que hizo que perdiera el equilibrio, pero Klaus reaccionó rápido,
tirando de su mano y evitando que se cayera. Aterrizó en el pecho
del chico de gran altura. La chica de pelo azul se sonrojó,
separándose violentamente. Ya no estaba al borde de un ataque de
ansiedad, pero no podía evitar temblar como un niño.
-Tranquilízate,
Aya. No te voy a hacer nada, ni te voy a matar.- Volvió a decir el
castaño, serio, pero transmitiendo tranquilidad, mirándola
fijamente. Finalmente, al oír eso, la muchacha comenzó a
tranquilizarse, mirando al chico de gafas. Y de sus ojos salían cada
vez menos lágrimas.
-¿En serio?-
Susurró insegura, con una voz quebrada. Klaus sonrió con dulzura,
acercándose a ella, asintiendo y limpiando aquellas lágrimas con
sus dedos.
-Tienes mi
palabra.
Por alguna razón,
el castaño parecía diferente. No sabía que había pasado allí
arriba, pero era mucho más dulce, más agradable, la respetaba. Esa
sensación de protección era nueva. Y no tenía ni idea de si era
por Kyle, pero notaba que la trataba mejor.
-¿Entonces qué
es todo esto?- Se aventuró a decir la muchacha, con sus brazos
delante de su cuerpo, cada vez más sosegada. Klaus suspiró,
acercándose al escritorio de los ordenadores y sacando de una
esquina otra silla igual a la que había.
-Como sabrás,
Kyle y yo cazamos demonios. Este es nuestro arsenal.- Le explicó con
tranquilidad y calma. Después, se acercó a ella y le tendió su
mano, la cual ella aceptó. La llevó a una de las sillas, en la cual
se sentó, haciendo él lo propio en la otra.
-Él es el que
hace la parte física. Sabe mucho sobre su naturaleza, así que sabe
cómo matarlos. Yo hago la parte de aquí.- Le explicó, tocándose
la sien con un dedo- Rastreo en la medida de lo posible, le doy
información sobre el terreno y le proporciono armas. Digamos que yo
soy el cerebro que le falta a ese despistado.- Siguió, riendo,
haciendo que Aya riera también, tímidamente. Ese no era el Klaus
que ella había conocido. En contraposición con la sequedad y la
frialdad del principio, en realidad era dulce, tranquilo, apacible y
agradable. Todo lo contrario a Kyle. Pero aunque todo pareciese
bonito de primeras, Aya retiró la vista, ya que había aún algo que
le preocupaba.
-Pero... yo soy un
demonio. ¿Eso no me convierte en un objetivo?- Preguntó. Su corazón
empezó a latir a toda prisa, temerosa por la respuesta.
-Sí. Pero no
matamos a los iniciados. Únicamente vamos a por los demonios que
presentan una amenaza. Tú no eres más que una chiquilla asustada e
inofensiva. Y nos serás útil.- Siguió hablando el castaño,
mirándola y ajustándose sus gafas negras con un gesto agradable.
Ella arqueó una ceja.
-A ver, por
partes. Aún no sé de qué va eso e los iniciados. Y, ¿qué es eso
de ser útil? Y no soy inofensiva, creo.- Exclamó casi ofendida. El
chico rió con tranquilidad.
-Tienes razón.
Acabas de ser convertida, así que no tendrás ni idea de nada. Según
la demonología tradicional cuando un demonio le arrebata su alma a
un humano este muere, vagando por el purgatorio eternamente, como un
fantasma pero ni siquiera en la tierra. O, si la ha vendido a cambio
de algo, se le da ese algo pero a un precio muy alto, tal como sus
sentimientos o su energía, convirtiéndose en un vegetal.- Empezó a
explicar casi como una enciclopedia bajo la mirada atenta y temerosa
de la muchacha. Después, carraspeó.- Pero esto es sólo en los
demonios de bajo nivel. Hay setenta y dos demonios que son
inmensamente más fuertes que estos, denominados los Setenta y Dos
Hermanos. Tienen un número asignado del uno al setenta y dos, que
indican su rango y su poder, siendo el uno el más poderoso y...
ellos pueden hacer mucho más. A veces roban sólo una parte del
alma, denominada la parte humana, dejando la parte sobrenatural que
todo humano tiene y que le permite transformarse en demonio o ángel
una vez muerto. Y los transforman así en sus aprendices y en sus
futuros sucesores, y hasta que son lo suficientemente poderosos se
les llama iniciados.- Conforme Klaus hablaba, Aya no podía disimular
su sorpresa. No podía ser que todo aquello le hubiese pasado, y aún
no sabía ni por qué. Abría sus ojos, tenía miedo de tanta
información. Notaba como los nervios volvían a su cuerpo. Y Klaus
lo notó, lo que paró de hablar.- ¿Estás bien? Si quieres termino
de contarte en otro momento. Comprendo que es una gran cantidad de
información y...
-¿Y qué tengo yo
de especial? ¿Por qué me habéis salvado? Soy una discípula de...
Malthus y esas cosas. O era.- Le interrumpió la muchacha, sin
cambiar su expresión, paralizada en la silla. Klaus guardó silencio
un momento y se ajustó las gafas, aún más serio.
-Eso te lo contaré
en otro momento. Y lo mismo digo para tu segunda pregunta.- Dijo
fríamente. Pero en cuestión de segundos volvió a sonreír con
dulzura, levantándose de la silla con pesadez.- No te preocupes,
Aya. Te protegeremos, después de todo has sido una humana hasta
ahora.- Y se acercó a ella, agachándose. Le acarició la cabeza con
una gran sonrisa, haciendo que la chica se sintiera más aliviada
momentáneamente. Todo aquello era una montaña rusa de sentimientos.
Aunque aún había demasiadas cosas por resolver. Klaus volvió a
hablar.
-Ahora vamos a
comer. He pedido pizza. Después de comer, te contaremos más...
-¿Y por qué no
lo hacemos ahora?- Dijo repentinamente una segunda voz. Aya se
levantó rápidamente al oírla, mirando hacia las escaleras de la
entrada nerviosamente. Era Kyle, el cual estaba apoyado en una
columna de madera próxima, con su típico gesto serio. No sabía
cuánto tiempo había estado ahí.
-Kyle, ella...-
Comenzó a decir el castaño, intentando apaciguar el genio del
cazador. Pero Kyle comenzó a caminar hacia ambos muchachos. Aya se
cruzó de brazos, asustada, pero fingiendo una falsa seguridad en sí
misma.
-N-No,
contádmelo.- Contestó la muchacha, retando con la mirada al moreno,
que se quedó justo delante de ella, observándola. Klaus fingió una
risa nerviosa, separándoles, mientras se seguían enviando miradas
asesinas. Y se ajustó las gafas. No quedaba más remedio, o lo
contaba o entre ellos se matarían. El castaño comenzó a hablar.
-Entre los 72
hermanos tienen un pacto de no agresión en el cual no pueden matarse
ni atacarse entre ellos... pero sí que pueden matar a demonios
menores y... a los iniciados de los demás.
Aya abrió los
ojos, incrédula y asustada. Miró al suelo, respirando fuertemente.
Ella era lista, era inteligente, y sabía lo que aquello significaba.
Significaba que la querían a ella y que estaba en un peligro
constante. Nunca antes se había enfrentado a tal peligro de muerte.
O, más bien, a un peligro de esa naturaleza. Estaba asustada,
confundida.
-Los
iniciados sois un imán natural de demonios poderosos. Por eso
te queremos, porque gracias a ti podremos localizarlos con mayor
rapidez.- Siguió Kyle, quieto, inmóvil. Aunque él sabía que
aquello no estaba bien, no podía hacer otra cosa. Y notaba como el
estado de Aya iba de mal en peor. Era demasiada presión para ella.
Aya retrocedió.
No podía ser. No se la creía. Aquellos dos la querían de cebo
prácticamente. Negó con la cabeza.
-No puede ser...-
Susurró. Se sujetó la cabeza con ambas manos, mientras notaba que
sus ojos se llenaban de lágrimas otra vez. Era un maldito objetivo
para demonios si no era protegida, e igualmente, la estaban tratando
como un objetivo. No tenía dónde escapar, sentía que en cada
esquina la podrían matar. Y aquello la agobiaba. No podía
soportarlo, quería morirse antes que vivir así. Estaba a punto de
entrar en pánico. Empezó a respirar con fuerza, al mismo tiempo que
notaba que su alrededor empezó a temblar.
Los muchachos
miraron a su alrededor alarmados. Klaus estaba confundido a pesar de
que sabía que aquello lo estaban provocando los poderes de la
demonio, pero Kyle se acercó a ella sin pensar, en un paso y la
cogió de los hombros, haciendo que lo mirase fijamente.
-Escúchame, Aya.
Te voy a proteger con mi vida. Nadie va a tocarte ni un pelo. No eres
un objeto, únicamente mi ayuda- Le gritó, nervioso por lo que
estaba pasando, pero decidido, mientras ella parecía cada vez más
catatónica.- Tómatelo como un trabajo. Vivirás aquí con nosotros
la mayor parte del tiempo, de vez en cuando vendrás conmigo a cazar
a los que están haciendo mal. Sólo necesito que me ayudes... Por
favor.- Siguió, frunciendo el ceño con determinación. Pero eso no
significaba que no lo fuese hacer, porque estaba convencido de que la
protegería pasara lo que pasara. Todo seguía temblando, pero cada
vez en menor intensidad. Aya empezó a relajar su respiración al
notar las intenciones del cazademonios, al ver su seguridad, hasta
que su alrededor dejó de temblar por completo. Aún estremeciéndose
por la idea, agachó su mirada a la vez que Kyle se alejaba,
respirando por fin tranquilo. La chica de ojos amarillos se secó las
lágrimas de puro pánico, abrazándose a sí misma, agazapada.
-¿De verdad?-
Susurró con una voz temblequeante. Sabía que lo decía de verdad,
pero solamente necesitaba que se lo dijeran de nuevo. Como si eso
significara una promesa, o un juramento.
-Te lo juro.-
Respondió el muchacho con una leve sonrisa de satisfacción,
clavando su mirada en ella. Una vez más, Kyle le transmitía a la
chica ese sentimiento de protección que había experimentado desde
que le había conocido, hacía unos días atrás. Como si diese igual
lo que pasase, que iba a vivir si estaba junto a él. Y, sintiéndose
de esa manera, asintió, más tranquila, más segura.
-Lo haré.
__
Eran las ocho de
la tarde de aquel mismo día cuando comenzó todo. Eran las ocho de
la tarde cuando Aya empezaría su aventura real.
Se encontraban en
la cocina de la casa. Era mucho más moderna que el resto de la casa,
con casi todo en colores azul y plateados, muy amplia y rectangular.
Sentados en la mesa de vidrio azul en la que había comido hacía
unas horas, que se encontraba en el centro, en unas sillas del mismo
material y color, Kyle, Aya y Klaus se reunían. Encima de la mesa
había un montón de documentos y planos de la gran ciudad de
Londres. Kyun-san miraba a los tres muchachos con curiosidad, encima
de la cabeza de su ama. Se había dado una buena siesta hasta hacía
unos pocos minutos, por lo que bostezaba y se dormía cada poco
tiempo. Debido a que era verano, la noche aún no había caído en el
exterior, pero faltaba poco. Los tres estaban serios, solemnes.
Y Aya abrió la
boca para hablar.
-¿No pensáis que
es muy poco glamouroso explicar una misión de las vuestras en una
cocina?- Dijo arqueando una ceja, casi decepcionada, con un tono
duro y sarcástico.
-Si alguien no se
hubiese cargado la puerta porque no controla su estúpida fuerza de
demonio estaríamos en el sótano. Pero claro, por tu culpa lo hemos
tenido que sellar hasta que nos llegue la nueva puerta en tres días.-
Contestó Kyle, molesto y con un tono infantil, casi burlándose de
ella y retándola con la mirada, frunciendo aún más el ceño.
-¿¡Eeh!? ¡No es
mi culpa, llevo menos de una semana siendo demonio!- Gritó la
muchacha dando un brinco y alzándose, mientras el erizo se
despertaba repentinamente, reafirmando lo que decía con un chillido.
-¡Entonces no
fuerces los pomos de las puertas de mi casa! ¡Y dile a tu bicho que
deje de darte la razón en todo!- Vociferó de vuelta Kyle, alzándose
igualmente. Y así empezaron a gritarse, cada vez más enfadados.
-Chicos...-
Comenzó a decir Klaus, fingiendo una sonrisa. Pero al ver que
aquellos dos no paraban de discutir, se ajustó las gafas, frunciendo
el ceño.- ¡HE DICHO QUE OS CALLÉIS!- Gritó, haciendo que
inmediatamente los dos muchachos pararan de chillar, tragando saliva
y sentándose correctamente en la silla. Klaus era terrorífico
cuando no le hacían caso. Por eso era como el hermano mayor de Kyle.
-Es su culpa.-
Susurró el chico de ojos grises, no estando dispuesto a perder la
pelea. Aya cerró el puño con fuerza.
-Tú...- Susurró,
enfadada y molesta con él. Se llevaban a matar, no eran para nada
compatibles y no se soportaban. Cuando uno decía blanco, el otro
decía negro. Cuando uno día noche, el otro decía día. Klaus
carraspeó mientras los dos compañeros se mataban con la mirada,
haciendo que saltaran chispas, pero la posibilidad de un nuevo grito
del chico de gafas los devolvió a su sitio. Y entonces, empezó a
explicar con seriedad la misión, mientras los otros dos miraban la
información.
-Lo repetiré por
si no os habéis enterado. En Londres se han cometido numerosos
suicidios en estos días en diferentes partes de la ciudad. Pero lo
que nos indica que es acción de un demonio es la quemadura en forma
de estrella invertida que presentan todos. Creemos que podría el
manipulador de mentes Dantalion, el demonio número 71 de los
hermanos. Numerosas fuentes nos lo confirman, pero sólo hay una
forma de averiguarlo: ir y parar su masacre. ¿Entendido?
-Sí.- Dijeron
Kyle y Aya al mismo tiempo, automáticamente, sin atreverse a salirse
ni un poco de los manerismos de un soldado. Klaus suspiró con
resignación, rascándose la nuca, pensando en lo infantiles que
eran. Y estaba preocupado de que su unión no fuese más perjudicial
que beneficiosa, porque a la mínima estaban enzarzados en una pelea.
Pero ya era tarde para arrepentirse.
De su bolsillo, el
castaño sacó un teléfono móvil. Era un modelo Sony Xperia Z1, el
cual le entregó a Aya, que había estado leyendo una guía de
Londres. La chica no se dio cuenta de lo que era del principio, pero
al tenerlo en sus manos se le iluminaron los ojos, lo cogió con
ilusión y lo miró incrédula. No se podía creer que fuese para
ella. Llevaba mucho tiempo sin un aparato electrónico entre sus
manos y eso era como un chute, como saciar su necesidad de
tecnología. Y lo abrazó, mientras el erizo inclinaba la cabeza.
-A pesar de que
con Kyle me comunico con un auricular, no dispongo de momento de más
y creo que ayudaría que tuvieses un teléfono móvil con el que
comunicarte con cualquiera de los dos. Es el que tenía antes yo, así
que no tienes que configurarlo para nada....
Y entonces, Aya
arqueó una ceja. Era uno de los Xperia más nuevos, así que eso
significaba...
-Realmente, tenéis
mucha pasta...- Susurró, en parte envidiosa. Kyle frunció el ceño
y Klaus rió.
-No es por eso...
Pero, igualmente, preparad vuestras maletas. Os llevaré a la
estación. Tenéis un tren hacia Londres en una hora y media, ya me
he ocupado de reservaros el hotel también.- Kyle y Aya asintieron.
“Qué eficiente es Klaus”, pensó la chica, sonriéndose a sí
misma. Se levantaron de su sitio, mientras Aya guardaba el móvil
entre sus manos, feliz de nuevo, sin acordarse casi de lo que había
pasado hacía unas horas.
-¡Kyuu!- Chilló
el erizo, dando un pequeño salto sobre la cabeza de la muchacha.
-Eh, eh...-
Susurró Klaus, parándose y tomando al animal entre sus manos. Le
sonrió.- Aya, la misión será peligrosa así que me quedaré a
Kyun-san durante este tiempo. Lo cuidaré bien.
Aya arqueó una
ceja. No quería separarse de su erizo, de su amigo.
-Pero siempre está
conmigo.- Protestó girándose hacia el castaño, frunciendo el ceño.
-Estará mejor
aquí. ¿Confías en mi?- Contestó Klaus, mirándola a través de
sus gafas, con ese aire de dulzura irresistible. Ella tragó saliva
mirando al chico, después al erizo y de nuevo al chico. Estaba
indecisa, pero sabía que era lo mejor para su amigo. Pero él
parecía nervioso entre las manos de Klaus.
-...Cuida bien de
él, no sé que haría si le pasara algo.- Confirmó, con un
semblante triste. Klaus ladeó la cabeza en una dulce sonrisa, y ella
acarició las púas de su mejor amigo, depositando un suave beso en
ellas.
-Volveré pronto,
así que no te preocupes por mi.- Le susurró. Eso era. Volvería por
aquel erizo que tanto quería. Superaría la misión y volverían a
estar juntos en poco tiempo. En muy poco tiempo.
__
El viaje en el
tren fue rápido. Sólo le dio tiempo a comer un poco, a hablar y
discutir con Kyle, a moverse nerviosa de un lado para otro al no
saber qué le deparaba el futuro y qué narices tendría que hacer
allí y a ver la televisión. Decían algo de un gran jaleo en la
comunidad religiosa londinense, parecía ser sobre un sacerdote de la
orden de los benedictinos. Pero no le dio mucha importancia, porque
su cabeza estaba llena de dudas, inseguridad y preocupación.
Preocupación por Klaus, por Kyun-san, por su futuro. Ni siquiera
había pensado en su antiguo hogar, demasiadas emociones juntas le
habían dejado pensar en el momento. Pero en un par de horas ya
estaban en la capital, en la hermosa y misteriosa ciudad que tanto
terror e interés le suscitaba a la demonio. Tras ir al hotel,
situado en el barrio de Barnet y dejar las maletas, a las doce de la
noche, los dos compañeros salieron a la noche londinense, la oscura
noche londinense.
Kyle se paró en
frente del hotel, presionando el auricular por el que se comunicaba
con Klaus. Estaba serio, como siempre se ponía cuando iba a
trabajar. Mientras tanto, Aya cruzaba los brazos, helada de frío y
mirando a todos lados, sin saber qué hacer, mientras daba saltitos
para entrar en calor.
-¿Klaus?
Infórmame.- Dijo tajantemente el moreno. Iba con una chaqueta de
cuero, una camiseta negra y unos vaqueros oscuros, además de unos
zapatos. Siempre iba oscuro. Por otro lado, Aya llevaba unos
pantalones cortos con unas deportivas y una sudadera lila.
-No te lo vas a
creer, Kyle, pero es como si no pudiese captar nada. Todos los
transmisores, las cámaras todo... se ha roto. Me han jodido todo.-
Contestó el chico de gafas con fastidio. Kyle chasqueó la lengua,
molesto, asustando a la demonio que se sentía en ese momento muy
insegura. Pero él sabía que podría ser el influjo de otro demonio,
o una mala coincidencia. Lo que le decía aquello era es que no sería
una misión tan sencilla como pensaba.
-¿Pasa algo?-
Preguntó Aya, acercándose a su compañero. Él le puso una mano
delante, indicándole que callara. La miró y entonces una bombilla
se encendió en su interior, como si hubiese descubierto algo muy
importante.
-Tengo una idea
Klaus. Déjame a mi.- Sugirió casi nervioso, entonces soltó el
transmisor de su oreja, cogió a la chica por los hombros y la
miró.-Escúchame, Aya. No funciona nada de la red de información de
Klaus. Tú eres un demonio y sabrás captar a otros demonios. Sé que
puedes hacerlo.
Aya abrió los
ojos, asustada, y se retiró un par de pasos, negando con la cabeza.
-¡P-Pero yo soy
sólo una iniciada! ¡N-No creo que tenga ese poder!- Protestó,
alzando la voz.
-Sólo inténtalo.
Por favor.-Le suplicó. Los dos compañeros se miraron: Kyle estaba
preocupado, nervioso, pero Aya lo estaba más. Cada uno tenía sus
intereses, pero sólo había una salida posible. Pero, igualmente,
Aya no lo había visto antes suplicándole. La chica tragó saliva y
asintió.
-Lo intentaré.-
Dijo, notando que su voz temblaba. No sabía cómo hacerlo si quiera,
si iba a funcionar, si solamente haría el ridículo. No tenía ni
idea de nada porque nadie le estaba enseñando a controlar sus
poderes. Y eso era lo que más le asustaba, ser una inútil para la
gente que le estaba salvando la vida. Por eso sentía que tenía que
confiar ciegamente en su compañero que le salvaba la vida.
Pero no era tiempo
de eso. Se tocó las sienes, intentando concentrarse. Y rápidamente
se dio cuenta de lo que tenía que buscar... Se acordó de que el
chico que le había hablado cuando estaba encerrada y Malthus tenían
una sensación parecida, como un aura. Y quizás si buscaba algo
parecido, si se concentraba en ello, encontraría a su objetivo.
“Concéntrate,
concéntrate...”, empezó a pensar, como si de un mantra se
tratara. Y en cuestión de segundos, notó un pinchazo en su corazón,
mientras en su mente surgían mil imágenes. Una pareja discutiendo,
un niño llorando, una pareja besándose. Y, finalmente, vio un
cartel en el que ponía “Hounslow”, y por fin un local abandonado
con un cartel en madera en el que ponía “Pleasant wood”, un
hombre en su interior, rodeado de cajas y polvo, a punto de
colgarse... y una sensación parecida a la de Malthus a su lado, que
supo inmediatamente que era un demonio, Dantalion. Había algo más...
Algo más que le recordaba a ese tío. Al chico de pelo rojo del
castillo de Malthus. Y notó como su respiración empezaba a
cortarse, como si le hubiesen taponado los pulmones. Se ahogaba y no
podía salir de esa visión.
-¡Aya!- Exclamó
Kyle alarmado sacudiendo sus hombros, sacándola de su trance,
haciendo que esta empezara a toser. Y estando a punto de desfallecer,
notando como sus piernas le fallaban, Kyle la sujetó de la espalda,
agachándose en el suelo. Se sentía débil, muy débil, y temblaba
por ello. Poco a poco recuperaba la respiración, pero se le hacía
duro.
- ¿Estás
bien...?- Preguntó el muchacho, sujetando a la chica entre sus
brazos.
-Lo he visto.-
Susurró Aya, respirando con fuerza, nerviosa, hablando rápidamente.-
Está en un local abandonado llamado “Pleasant wood” y está a
punto de colgarse. Hay un demonio con él y también...- Pero se dio
cuenta de que no podía decirle nada. Ese chico habló con ella, y no
le pareció en absoluto malvado. Y sabía que si se lo decía, Kyle
iría a por él. Y sentía que no quería que muriese. Era todo
díficil, era un gesto egoísta, pero era egoísta.
-... He visto
Hounslow. Un cartel que ponía Hounslow... No sé lo que es
Hounslow... - Terminó de decir. Por fin notaba como el aire llenaba
sus pulmones en su totalidad, como recuperaba la energía y la
fuerza. Se estaba empezando a acostumbrar a ahogarse y a que le
pasara todo lo malo, loo cual le preocupaba.
Kyle miró al
frente. Hounslow no era un sitio donde pasaran muchas cosas, pero
sabía situarlo perfectamente. Y podían llegar a tiempo si se daban
prisa, ya que una vida humana estaba en juego. Kyle se incorporó,
ayudando a Aya, que estaba casi completamente recuperada.
-... Es un
barrio... Debemos salvar a esa persona.
__
El local era
amplio pero oscuro y agobiante. Lleno de polvo, de cajas, de sueños
rotos, de destrucción, de desilusión. En el centro un hombre estaba
a punto de ser colgado, lloraba con una cuerda rodeada en su inocente
cuello, apoyando sus pies en una banqueta. Pero se acercaba su fin.
-Ding, dong,
¿Sabes que hora es?- Empezó a cantar alguien, seguido de una
macabra risa. Era una voz masculina pero aguda, sin llegar a ser
afeminada. Y parecía divertirle aquello. De la oscuridad surgió una
figura masculina, un hombre alto de orejas puntiagudas, de cabellos
plateados, hasta el hombro y peinados hacia atrás y ojos rojos, con
un rombo dibujando debajo de su orbe derecho. Estaba vestido con un
traje sin chaqueta de colores brillantes como el azul celeste del
chaleco, el morado de los pantalones, el menta de la corbata, el
blanco con rombos negros de la camisa y aquellos zapatos dorados.
Tenía un reloj de bolsillo en su mano derecha. Una gran sonrisa
aterradora adornaba su rostro. Porque aquello era su momento favorito
del día.
-Ding, dong, no
sirves para nada. Eres inútil como todo humano.- Siguió cantando,
dando vueltas alrededor de aquel hombre canoso y cincuentón, vestido
con un traje negro, que lloraba desconsoladamente. Y entonces,
despareció, apareciendo justo al lado del humano, susurrando a su
oído.
-Ding, dong... es
hora de morir.
Los gritos
resonaban junto a la putrefacción y la locura. Pero la fiesta estaba
llegando a su fin.
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