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3. Incógnitas
“Aya...” Oía la joven a lo lejos, en la plena oscuridad. No
podía moverse, no podía hacer nada más que escuchar atentamente.
“Aya...”, volvió a oír, esta vez más cerca. Y, conforme
pasaban los segundos, la voz repetía su nombre mientras se
aproximaba peligrosamente, haciendo que el corazón de la ahora
peliazul se acelerara cada vez más, hasta que...
-¡¡Eek!!- Gritó ahogadamente Aya, mientras se incorporaba de un
golpe, después de haber estado tumbada. Estaba sudando, parecía que
le iba a dar un ataque al corazón y todo su cuerpo dolía horrores,
como si la estuviesen acuchillando, por lo que se encogió para
paliarlo, consiguiéndolo poco después. Aunque ese dolor se le hacía
extrañamente familiar. Miró a todos lados nerviosa, angustiada,
mientras en su mente se iban acumulando los recuerdos de lo que había
pasado, demasiados recuerdos como para hubiese sido real: un palacio
medieval, hombres con cabezas de cuervo, un extraño chico diciéndole
que se había convertido en un demonio, un ser llamado Malthus
intentando matarla, Kyun-san arañándole los ojos a su asesino, toda
la muerte y la sangre y aquellos extraños ojos grises, aquel
hombre... Todos las traumáticas memorias vinieron de golpe, haciendo
que su cabeza se volviese un concierto de dolor por un segundo,
desvaneciéndose poco después.Y recordó a su pequeño amigo, la
cual la había salvado.
-¿¡Kyun-san!?- Exclamó entonces con voz llorosa, nerviosa,
poniéndose de rodillas en donde estaba tumbada. Todo estaba oscuro a
su alrededor, pero adivinó por el tacto que se encontraba encima de
una cama, y una cómoda. Por tanto, debía estar en alguna especie de
habitación. Pero lo que más quería en aquel momento era a su
erizo, saber que estaba bien, yquería saber qué estaba pasando. Y,
si era simplemente un sueño, quería despertarse ya.
-¡Kyuu!-Oyó, mientras notaba cómo su pequeño amigo escalaba
por su mano, hasta ponerse en su hombro. Al principio, su cuerpo se
sobresaltó por el repentino contacto de las pequeñas patas del
animal, pero tras unos momentos de tensión respiró tranquila,
acariciando las púas del animal con cariño, haciendo que él se
acurrucara en su cuello. Aya sonrió, dándole más cariño a su
mascota, el cual desde siempre había sido más un amigo.
-¡Qué alivio! Pensaba que habías muerto...- Exclamó. Y,
entonces, antes de que pudiese si quiera pensar en algo más, las
luces del lugar donde estaban, aquella habitación, se encendieron,
haciendo que Aya entrecerrara los ojos debido a la cantidad de luz,
poniendo su mano libre delante de sus ojos hasta que estos se
acostumbraran. Y por fin pudo mirar a todos lados, examinar el lugar
y saber dónde estaba: Era una habitación de paredes color beige,
bien pintadas y trabajadas. Fue examinando el moviliaro de derecha a
izquierda: una encimera en una esquina, una mesilla con un teléfono
y una lámpara a su lado, un espejo justo delante suyo, encima de un
sofá color verdoso, y un armario a su izquierda. Y, efectivamente,
estaba encima de una cama de sábanas blancas. Parecía una
habitación, quizás de hotel, cuadrada. Abrió los ojos sorprendida,
aún sin saber ni cómo reaccionar.
-Tú y tu erizo sois un poco ruidosos ¿no?- Oyó, haciendo que su
corazón saltara por enésima vez. Era una voz masculina y agradable,
pero con cierto tono áspero en ella, como si estuviese enfadado.
Miró hacia donde provenía: A su izquierda, apoyado en la pared que
justo unía la habitación con un estrecho pasillo, había un chico.
Adivinó que era el que había encendido la luz. Estaba cruzado de
brazos, tenía el ceño fruncido y gesto de que se acababa de
despertar.
Se quedó callada, mirándolo durante unos segundos, intentando
saber cómo reaccionar a la situación. Era un chico de muy buen
aspecto y de no más de 20 o 25 años, de cabello moreno y revuelto y
unos ojos grises que le eran muy familiares... Le transmitía aquella
sensación ácida y dulce al mismo tiempo que había sentido antes.
Aquella sensación que le había transmitido su salvador.Y entonces
cayó en la cuenta.
-Tú eres...- Susurró. Estaba segura de todo. Lo había visto en
aquel castillo, había visto como mataba a todo el que se le ponía
por delante. A parte de matar a Malthus y cortarle la cabeza justo
delante suyo, lo cual le hizo estremecerse aún más, alejándose
despacio. Pero aun así, siguió observándole. Por alguna razón Aya
era una persona que se adaptaba fácilmente a la situación, así que
consiguió quitarse esa imagen de la mente y seguir observando. Aquel
desconocido y sangriento salvador llevaba puestos unos vaqueros
oscuros, iba descalzo y tenía el torso desnudo.
… No llevaba camiseta.
-¿¡Eeeeeh!?-Exclamó la joven, tapándose los ojos con
vergüenza. Ahora en la mente de adolescente hormonada de Aya se
podía leer un letrero en luces de Neon que decía “Chico guapo y
con cuerpazo sin camiseta”.-¿¡P-Por qué narices vas
semi-desnudo!? ¡¡P-Pervertido!!
El chico desconocido arqueó una ceja, mirándole con un gesto de
mal genio, mientras ella le seguía insultando por lo bajo,
acurrucada con el erizo mirando a ambos confuso.
-¿Pero qué narices dices?- Habló el muchacho, clavando sus ojos
grises en la chica, la cual en aquel momentos le parecía
sinceramente y llanamente estúpida. Entonces suspiró y caminó
hacia la cama donde se encontraba Aya, quedándose al pie de esta..
Aya aún se tapaba sus ojos amarillos brillantes, temblando por el
conjunto de emociones, pero observando al apuesto y misterioso
acompañante de reojo. Nunca había tenido tanto contacto con un
hombre, aunque realmente no le hubiese tocado. Pero nunca había
visto a un hombre semi-desnudo, y menos a un hombre de buen ver y
buen cuerpo. Aunque, a decir verdad, desde hacía un año no tenía
contacto alguno con alguien que tuviese que vere con el mundo real.
Así que su reacción era exagerada, chillona, de niña pequeña.
-¡N-No te acerques! ¿P-Primero le cortas la cabeza a un tío
delante mío y después te presentas así?- Exclamó la chica,
alejándose aún más hasta ponerse en la esquina contraria de la
cama. El chico ladeó la cabeza, confundido, sentándose en el
bordillo de la cama, mirándola con interés.
-¿Crees que lo hago por ti o qué? Llevas puesta tú la única
camiseta que me quedaba. Además de demonio, eres una loca.- Habló
el muchacho con cierto desprecio, serio y frío. Y la muchacha por un
momento se sintió humillada y despreciada, como si una espina se
clavara en su pequeño corazón.
-¿Eh?- Entonces, Aya cayó en la cuenta y se miró a sí misma
casi ansiosamente, tocándose su ligero cuerpo, como si quisiese
además comprobar que estaba viva. Llevaba puesta una camiseta de
color negro, de manga corta, que además olía demasiado bien para
que pudiese reconocerlo. A ella le iba enorme debido a su escaso 1,50
de altura y parecía asustada y asombrada ante el hecho, pero el
muchacho la miraba con una mezcla de incomprensión y desesperación
por su conducta chillona.
-¿¡Eeeeeeeeh!?- Volvió a gritar, sonrojándose y cubriéndose
las mejillas. Pero entonces, el cerebro de la chicha hizo un pequeño
click. Aya era una persona muy inteligente, así que fácilmente se
dio cuenta de lo que aquello suponía, de que ya no llevara su
anterior ropa.-Eso significa que... ¿¡Me has desnudado!?-Chilló al
borde de un ataque de pánico. Se imaginaba siendo tocada y desnudada
por un hombre guapo y se sonrojaba y asustaba a partes iguales. Y
sentía un horrible y molesto cosquilleo por todos lados. Por alguna
razón, en su mente parecía una escena extremadamente sensual.
El chico se quedó pensativo durante unos momentos. Cada vez
entendía menos a la demonio. Se cruzó de brazos, mirándola con
indiferencia. A él poco le importaba. Simplemente le había quitado
la camiseta y los pantalones y le había puesto otra ropa nueva, la
había echado a la cama y la había dejado ahí.
-Sí, ¿hay algún problema?-Dijo, mirándola casi por encima del
hombro
Hubo un silencio sepulcral, en el que ambos se contemplaron sin
decir nada. Aya aprovechó el momento para calmar su corazón de
persona inexperta en algo que no fuese una pantalla. La chica de pelo
azul estiró entonces la mano, alcanzanzo los cojines de la cama y
comenzó a tirárselos, mientras el chico los paraba sin mucho
esfuerzo ni interés, haciendo que cayeran grácilmente en el suelo.
-¡P-Pervertido! ¡V-Violador!-Gritaba con los ojos cerrados, ante
la mirada de exasperación del muchacho.
-¿Pero de qué hablas? ¡No me interesa tu cuerpo de
preadolescente!-Exclamó el chico de ojos grises finalmente, tras
unos segundos, con el ceño fruncido. Se cruzó de brazos.
-¿¡Pero cómo que de preadolescente!? ¡¡T-Tengo casi 18
años!!- Respondió Aya, aun sin abrir los ojos
Y el chico se quedó quieto. La miró a la cara y después repasó
su cuerpo. Arqueó una ceja, divertido, y retiró la mirada
aguantandose la risa. La chica abrió lentamente los ojos, hasta que
al verle casi reír sintió que el cabreo subía de sus pies a la
cabeza.
-... ¿De qué narices te ríes, tío chulo?- Susurró la muchacha
intentando calmar su ira, notando como en su ceja derecha surgía un
tic que no podía evitar. El erizo, aún en el hombro de la chica,
ladeó la cabeza confundido, preocupado por su ama.
-¿Kyuu?
Y entonces, el muchacho estalló a reír a carcajadas. Aya nunca
había oído a nadie reírse tanto, el colmo fue como de la risa se
dobló, apoyando su frente contra la cama
-¿Qué eres, una de estas chicas subdesarrolladas? ¡Eres una
loli-demonio!- Se burló, incorporándose y secándose las lágrimas.
Aya se ponía cada vez más roja de ira. Pero debía aguantar sus
sentimientos. Pero el vaso llegó al límite y se derramó por los
lados
-¡¡N-No soy una loli-demonio!! ¡¡Tú eres un mata-demonios sin
sentimientos, prefiero no tener curvas a eso!! Y además, si has
usado la palabra loli... ¡¡S-Seguro que eres un otaku asqueroso!!-
Gritó con fuerza, mientras las paredes empezaron a temblar, haciendo
que la muchacha se callara de golpe, asustada.
… ¿Lo había causado ella? ¿Qué narices había sido? Prefería
no pensar que era culpa suya, pero en el fondo sabía que algo estaba
cambiado y que era la causante. Se acurrucó sobre sí misma.
Y se hizo el silencio, un silencio eterno e incómodo en el que
Aya intentó por todos los medios no cruzarse con él. Pero al final
pasó, su mirada se encontró y el chico suspiró, levantándose. No
parecía enfadado, pero ya no era el de hace unos segundos. Parecía
serio y molesto. ¿Había dicho algo malo? ¿Lo había enfadado?
Quizás había tocado alguna fibra sensible, o quizás había sido
por llamarle otaku asqueroso.
Pero, mientras su mente se hacía un revoltijo, Aya se dio cuenta
de todo y pudo pensar las cosas con claridad. Ella era un ser
extraño, y pasaba algo raro con su cuerpo. Ya no era humana y no lo
había pensado hasta ese momento. Miró al frente y se vio reflejada
en el espejo delante suyo. Había cambiado: sus ojos ahora eran
amarillos, su pelo de largo hasta los hombros se había vuelto de un
azul oscuro, sus orejas eran puntiagudas. Le habían dicho mil veces
en las últimas horas que era un demonio, pero ella aún no se lo
terminaba de creer. O más bien, no sabía cómo reaccionar y qué
podía hacer ¿Qué significaba ser demonio? ¿Tenía poderes o algo
así? ¿Cuántos más había como ella? No tenía ni idea de nada y
estaba actuando tan tranquilamente con un tío que había matado a
gente delante suyo, a gente que era como ella. La asustaba. No sabía
quién era él, si era un asesino en serie o un violador. Nada de
nada. Y se sorprendía a sí misma de que consiguiera digerir las
cosas tan, más o menos, rápidamente. ¿Había cambiado algo también
en su modo de pensar? Se sentía como si hubiese estado durmiendo
durante aquel año y volviese a ser Aya Toudou.
Pero lo que más le preocupaba es que todo aquello, la muerte de
Malthus y lo que había visto hacer al moreno, significaba que mataba
demonios, ¿o quizás había sido algo puntual? Tenía demasiadas
dudas. No sabía ni cómo no había llamado a la policía aún. Pero
cada vez se convencía más de que en su corazón había algo
cambiado, porque al lado de aquel sádico muchacho se sentía
extrañamente segura. Era lo que le transmitía, aquel sentimiento
ácido y fresco. Y, además, todo había sido tan rápido que no le
daba tiempo ni a pensar con claridad. Y era exasperante para ella,
una persona que pensaba demasiado.
Pero entonces llegó a otra conclusión. Si aquel chico mataba
demonios por oficio, significaba que ella era su enemiga. Y un
escalofrío recorrió todo su cuerpo, al pensar que no podía
olvidarse que ahora era un demonio. Tocó sus orejas puntiagudas,
ensimismada, mientras seguía observándose y sintiéndose extraña.
El chico, mientras tanto, fue hacia la encimera que había a la
derecha de la chica. No se había dado cuenta, pero allí había una
bolsa blanca de papel que parecía de una tienda. El chico rebuscó,
sacó de ella una camiseta azul de manga corta y se la puso, para
después lanzarle aquella bolsa, la cual cayó delante a la chica.
Ella miró primero el recipiente y después al muchacho, confusa y
quieta.
-Has estado durmiendo más de 24 horas. Te he comprado ropa antes,
tu pijama estaba lleno de sangre así que me he deshecho de él. No
sé si será de tu talla.
Aya asintió casi instintivamente, extasiada, sacando la ropa de
la bolsa: era una blusa de manga corta de color blanco roto y cuello
en pico, una chaqueta vaquera y una falda tablada negra. Además,
también había unos calcetines largos oscuros y unas deportivas
Converse. Miró la corta falda de tablas y los calcetines largos una
y otra vez.
“Zettai Ryouiki... ¿qué es, un fetichista? Sabía que era un
otaku”, pensó, arqueando la ceja y mirándolo a él con
desconfianza el cual como, si supiera lo que pensaba, le envió una
mirada asesina.
-Es lo que he visto que te podría gustar. Agradécemelo por lo
menos.-Dijo con un tono duro, inmóvil, apoyado en aquella encimera.
Ella bajó la cabeza, avergonzada.
-G-Gracias...- Susurró. Todo aquello la superaba. Y, pensando en
todo lo que había pasado, no pudo evitar que por su mejilla
recorriera una lágrima. Kyun-san acarició suavemente a su ama con
su pata. El muchacho la miró, confundido, y frunció el ceño.
-Eh, que si no te gusta la ropa podemos comprar otra.- Susurró el
chico, casi ofendido, retirando la mirada. Ella negó la cabeza.
-No es eso, me gusta la ropa.- Respondió lloriqueando, mientras
se limpiaba las lágrimas constantemente. No estaba acostumbrada a
llorar, y no estaba acostumbrada a que la vieran hacerlo- E-Es sólo
que no entiendo nada, no sé quién eres y no sé ni quién soy yo.
Hasta ayer yo pasaba las 24 horas del día pegada a una pantalla y
ahora me han intentado matar varias veces, me han convertido en un
demonio y estoy a solas con alguien que no conozco y que ha matado y
cortado la cabeza de un tío. No sé qué quieres de mi, no sé que
me va a pasar. Es frustrante.
El chico suspiró, suspirando con resignación. Sentía pena por
la situación de la chica, porque la comprendía en cierto modo. Así
que sintió cierta ternura. Se acercó a ella, sentándose a su lado,
en la cama.
-Es duro.-Comenzó a hablar suavemente.- Tienes demasiada
información y no puedes con toda ella. Pero te acostumbrarás a la
situación.- Dijo, viendo como la chica no cesaba de llorar. Suspiró,
sin saber cómo hablar con ella.- Mira, no estoy acostumbrado a
animar a pubertas así que te lo diré todo claro: de alguna forma le
has vendido tu alma humana a un demonio, por lo que ahora eres un
demonio primerizo y en desarrollo. Yo soy cazador de demonios, maté
a Malthus y te recogí. -Cada vez que aquel chico decía más cosas,
Aya sentía que le daban más y más punzadas a su corazón. Y se
asustaba cada vez más, hasta el punto de temblar.- No voy a matarte.
Y ahora debes venir conmigo o sí que lo harán otros cazadores. Y
dado a que estaremos mucho tiempo juntos te diré mi nombre... Soy
Kyle Hunter.
Aya lo miró detenidamente, aún desconcertada. Entonces había
más como él, y era un oficio. No sabía si sus palabras le
consolaban o le asustaban más, pero no sabía si quiera como había
podido venderle su alma a un demonio. Se hizo un pequeño silencio, y
ella se limpió las lágrimas y sorbió la nariz, como una niña
pequeña.
-¿P-Por qué no me vas a matar...?- Susurró tímidamente, casi
temerosa por preguntar.
-Eso es confidencial- Respondió Kyle rápidamente. Ella retiró
la vista asintiendo, aceptándolo rápidamente. No sabía si quería
saberlo.
-Yo soy Aya Toudou.- Se presentó, volviendo a mirarlo.
Kyle la observó durante unos instantes, serio y solemne.
-¿Eres japonesa? No lo pareces.- Soltó, haciendo que el rostro
de Aya mostrara cierta decepción por la pregunta extraña y
repentina, además de poco apropiada. Aquel chico era realmente
extraño y particular.
-Soy adoptada.- Respondió rápidamente, un tanto molesta.
-Ah.
Se hizo un silencio inmenso entre los dos. Había demasiados
silencios entre ellos, tantos silencios que se hacía incómodo. Pero
Aya prefería estar en silencio. Kyle se levantó y cogió de una
esquina de la habitación una mochila y una funda de viola La chica
del pelo azul miró con curiosidad aquella funda, recuperándose poco
a poco del disgusto. Y, sin necesidad de palabras, el moreno lo notó.
-No querrías saber qué hay ahí. No de momento.- Enunció con un
tono casi amenazador, lo que hizo que Aya tragara saliva y asintiera,
obediente. Decidió ignorarlo.Y, mientras ella también se levantaba
con toda su ropa en los brazos para cambiarse en el baño, cayó en
la cuenta.
-Una pregunta, ¿esa camiseta te la has comprado también?-Preguntó
extrañada, parándose en seco. Kyle se giró con un gesto serio y
tranquilo hacia ella
-¿Hmm? Sí, ¿por qué?.- Y entonces Aya arqueó una ceja.
-¿Y por qué no te la has puesto antes?- Kyle miró a todos
lados, y parecía que se había encendido una bombilla en su cerebro.
-... Oh.
Aya suspiró. Definitivamente, Kyle era demasiado particular.
__
Kyle y Aya salían del edificio donde habían estado. Era un hotel
sencillo de carretera, en mitad de los bosques alemanes, a unos
kilómetros de Múnich. Aya seguía preguntándose como narices había
ido desde Hakata, su ciudad natal, hasta un castillo donde Malthus se
alojaba perdido en los bosques alemanas, pero lo más importante no
era eso. Era que hacía un año que Aya no salía al exterior y se
encontraba temblando, nerviosa, mirando a todos lados, mientras el
erizo, posado en su hombro, la acariciaba con la pata en un vano
intento de tranquilizarla. Kyle la observaba con curiosidad, y hasta
preocupado.
-¿Estás bien?- Preguntó con suavidad, tocando el hombro de la
chica de pelo azul, haciendo que esta se sobresaltara más.
-¡¡S-Sí!!- Exclamó dando un pequeño salto. Aquello era
extraño. Había salido al mundo real por primera vez en mucho tiempo
y definitivamente era algo que le incomodaba. Pero, como ya le había
pasado antes, conforme pasaban los minutos se conseguía adaptar
fácilmente. Y quizás la incertidumbre de no saber qué pasaría ni
qué pasaba superaba a su yo hikikomori y a su miedo al mundo real.
Kyle llamó por su teléfono móvil a un taxi, lo cual hizo
recordar a Aya que probablemente no tendría acceso a la tecnología
ni a su blog en mucho tiempo. No tenía un teléfono móvil para ella
si quiera. Pero no le dio tiempo a discurrir mucho más, pues el taxi
llegó bastante rápido. Para entonces, había conseguido canalizar
medianamente su miedo al mundo real.
Kyle le dio indicaciones al conductor. Iban al aeropuerto más
cercano. Los jóvenes se acomodaron en los asientos del vehículo, y
tras diez minutos de camino Aya se dio cuenta de que no sabía ni a
dónde iban. Miró por la ventana, para después mirar al moreno.
-¿A dónde vamos?-Preguntó casi ansiosa. Kyle miraba fijamente
por la ventana, a su lado. Se quedó callado, casi ignorándola, pero
cuando Aya estuvo a punto de preguntar otra vez, reaccionó.
-Vamos a un pequeño pueblo cerca de Plymouth, Inglaterra. Se
llama Kingsand.- Dijo sin apartar su vista del paisaje alemán, con
desinterés.
-¿Y qué vamos a hacer ahí?- Insistió la chica, cada vez más
nerviosa, mirándolo fijamente. Y Kyle seguía respondiéndole con
indiferencia.
-Reunirnos con alguien.
Aya frunció el ceño, esta vez visiblemente molesta. Se cruzó de
brazos.
-Ya que me has casi forzado a ir contigo, podrías darme alguna
pista más.- Sugirió indignada. No era sólo que no quisiera darle
ninguna pista sobre qué narices iba a pasar, si no que la seguía
ignorando y respondiendo con indiferencia.
-¿Para qué? No las necesitas.
-¡Claro que las necesito!- Exclamó ella finalmente en su sitio,
mirándole, mientras el erizo lo reafirmaba con un chillido.
Kyle respiró con fuerza, desesperado, apartando la vista del
precioso paisaje alemán y observándola encolerizado.
-Eres una pesada.- La insultó. Aya frunció aún más el ceño.
Si quería una competición por quién ponía peor cara, la tendría.
-Y tú tienes complejo de tío guay y super cool.- Respondió con
retintín.
-Y tú no tienes pecho.- Terminó, haciéndole un KO a la chica
del pelo azul. Aya se puso roja, como un tomate, avergonzada. Se
cubrió los pechos con los brazos.
-¿¡Y eso a qué viene!?- Gritó. Estaba realmente enfadada.
-Puestos a decir obviedades...- Se burló finalmente el muchacho,
volviendo a mirar por la ventana y fingiendo que no le interesaba.
-¿¡Eeeeeh!? ¡¡Pero de qué vas!!- Siguió Aya, levandándose
un poco del asiento. Kyle la ignoró completamente, inclinándose al
pobre conductor.
-Por favor, perdone a la chica. No sabe lo que hace y es muy
ruidosa.-Se disculpó, serio, frío y solemne.
Ciega de ira, Aya apretó los puños, para después tomar a Kyle
del hombro, girándolo con fuerza hacia él. Por un momento se quedó
quieta, dándose cuenta de que antes no tenía esa fuerza, pero le
podía más el enfado del momento, así que gritó.
-¡Eres tú el que ha empezado!
Kyle clavó su mirada en ella y volvió a mirar al conductor.
-Insisto que la perdone.- Y bajó la cabeza. Aquello estalló en
una discusión entre ambos. Y mientras ambos seguían discutiendo, el
taxista asentía sin hacerles mucho caso, deseando que aquel viaje
con aquellos dos seres tan especiales pasara. Kyle y Aya habían
demostrado que no eran compatibles, que se llevaban a matar y que en
cualquier momento se matarían el uno al otro. Y siendo un demonio y
un cazador de demonios, no parecía muy acertado. Y así pasaron todo
el viaje hasta Kingsand, pasando por la espera en el aeropuerto y el
avión.
Pero no tenían algo en cuenta. Que toda aquella extraña noche en
la que Aya se había convertido no les había abandonado del todo.
Desde lo lejos algo les acechaba. Ellos no lo sabían, pero no
estaban solos. Y no podrían evitar lo inevitable.
__
Eran las ocho de la mañana del día siguiente cuando los dos
jóvenes llegaron al Aeropuero de Plymouth. Llevaban tan solo dos
pequeñas maletas y la funda de la viola: una era de Kyle, con sus
pertenencias y la otra la había comprado Aya en el aeropuerto de
Múnich. Dentro había ropa que la chica de pelo azul había comprado
en tiendas cercanas al aeropuerto y dentro de este, ya que no tenía
absolutamente nada para ponerse en los días venideros, ni siquiera
ropa interior. Pero lo peor había sido la vergüenza de comprarlo
delante de Kyle, con el cual no había parado de discutir y picar, y
el cual no había desaprovechado ni un instante en burlarse de ella.
Salieron de la terminar sin hablarse. Aya miraba hacia otro lado,
visiblemente enfadada y caminando decidida, aún insegura de estar en
un país diferente y en en el mundo real y Kyle parecía que no le
importaba en lo más mínimo Él era de hielo, era frío y serio,
pero por otro lado parecía encantarle molestar a Aya. Pero el bloque
de piedra que era el muchacho de ojos grises, saludó con la mano a
alguien delante suyo.
Aya miró de reojo al chico, para después mirar hacia el frente.
No sabía que alguien les iba a buscar al aeropuerto, pero supuso que
era el que los llevaría a Kingsand, o quizás un amigo de Kyle. Y
pudo ver que alguien los saludaba de vuelta, así que supuso que esa
era la persona. Se encontraba a unos metros y era un chico joven, de
la edad de Kyle. Tenía el cabello castaño claro, bien peinado, y
los ojos verdosos. Llevaba unas gafas con una montura negra, e iba
vestido con una camisa blanca y unos pantalones negros. Parecía
serio, imponente, lo cual hizo que Aya se encogiera, aún más al
llegar dónde él estaba. Odiaba conocer gente. Además, él era unos
centímetros de menor estatura que Kyle, pero ambos le sacarían
alguna que otra cabeza a la pequeña Aya de 1'49 metros.
Los dos viajeros pararon justo en frente de él. El chico de gafas
y la muchacha se miraron durante unos segundos, y por un momento pudo
ver como aquel hombre parecía sorprendido al verla. La peliazul miró
a todos lados, nerviosa, confundida.
Kyle se colocó entre ambos, serio pero tranquilo.
-Él es Klaus Denzel, es un amigo de la infancia.- Explicó,
presentándolos. Aya fingió una sonrisa, comenzando a hablar.
-Esto, soy...
-¿Es ella?- La cortó, mirando a Kyle. Aya se quedó a cuadros,
sin saber qué decir. Notaba en aquel chico un olor dulce, por lo que
no le quedaba claro por qué la había tratado así. Kyle asintió en
silencio.- Hm. Ya veo.- Terminó de decir.
Se hizo otro silencio. El ambiente podía cortarse con un cuchillo
y era lo que menos le gustaba a Aya. Klaus parecía examinarla de
arriba a abajo, como si se tratara de un elemento de experimento.
Después, miró a Kyle y se giró, caminando hacia la salida del
pequeño aeropuerto. Y, mientras se iba y los dos jóvenes le
seguían, habló con una voz profunda y masculina.
-Hablaremos cuando lleguemos a Kingsand.
Hola, me ha encantado el capítulo, me gusta que los hagas un poco mas largos porque me encantan tus capítulos.Se está poniendo muy interesante, genial capítulo.Bye
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